domingo, 1 de diciembre de 2013

JUAN CARLOS VICENTE CASTRO (1962-2013)


Apenas trabajé con Juan Carlos un año y cinco meses, pero fue tiempo suficiente para desarrollar por él un respeto y estima que jamás ningún otro jefe me había generado. Al principio creí que eso se debía a que en mis casi 15 años de trabajador dependiente, Juan Carlos era la primera persona que además de jefe era, como yo, periodista. Y uno, además, de larga trayectoria y reconocimiento entre aquellos que los estudiantes de los 90s considerábamos -y en algunos casos, seguimos considerando- como los "big names" de la prensa escrita.

No me refiero a la bosta que encabezan personajes nefastos como Beto Ortiz o Federico Salazar, sino más bien a aquellos escribas anónimos que le dan vida a la profesión, desde las profundidades de las redacciones y las coberturas, pegados a la realidad y ajenos a esta subcultura moderna, según la cual el periodista conocido por las masas es una especie de estrella de farándula, siempre al lado de los poderosos de la política, en cocteles y saraos de toda laya; o de los payasos y enanos (mentales) que gobiernan de facto la televisión comercial y escriben tonterías en la prensa gacetillera de cincuenta céntimos.

Pero pasó muy poco tiempo para darme cuenta de que no solo se trataba de esa afinidad profesional. Había algo más importante: Juan Carlos era una buena persona, independientemente de las diferencias habituales que puedan tenerse en un contexto laboral. Tenía un alto perfil profesional, una gran capacidad de adaptación a los cambios y retos de la tecnología -tomando en cuenta sus 51 años y su procedencia de las canteras periodísticas de San Marcos durante los años 70s- y era, como decía, un excelente tipo: amable con los hombres, respetuoso con las mujeres, siempre con muchas buenas ideas por desarrollar y poseedor de un carácter reflexivo, casi misterioso. Reservado para sus cuitas personales, me es difícil asegurar que éramos amigos, puesto que nuestra interacción era más de jefe a miembro del equipo, pero sí puedo afirmar categóricamente que yo lo sentía como un amigo.

Por eso lo que le ocurrió recién me llena de pena y de rabia por las amargas y oscuras jugarretas con que el destino suele dañarnos. Nuestra sociedad peruana -para no hablar del mundo entero- está repleta de personas indeseables (políticos corruptos, periodistas vendidos, futbolistas mediocres, prostitutas, mujerzuelas, patanes y tarados que son vistos como modelos de éxito por las nuevas generaciones teleadictas y fungen, sobre la base de esa aprobación de la masa, como falsos líderes y lideresas de opinión) que viven robando, saltándose la ley con garrocha, esparciendo basura cada vez que abren las bocas, llenándose los bolsillos de fama y dinero con sus vulgaridades. Y viven largamente. Pero de un momento a otro, el destino se lleva a un hombre sano, metódico, culto y estimado por mucha gente: y yo, que lo conocí poco y que veo de cerca el dolor profundo que su muerte ha generado entre sus padres, hermanos, esposa e hijos, amigos y colegas que lo conocieron desde sus inicios en el periodismo escrito, no hago más que preguntarme "¿por qué Juan Carlos?, ¿por qué él?"

No me corresponde elaborar una semblanza profesional, pues solo lo conocí 17 meses. Espero que alguien desde el medio periodístico asuma esa tarea pendiente. Solo puedo decir que mi admiración por él comenzó cuando me contó que había sido alumno de Manuel Jesús Orbegoso en San Marcos, cuyas crónicas y entrevistas en El Comercio (cuando aun servía para algo más que para envolver pescado) fueron unas de las razones por las que yo quise estudiar periodismo; o que había conocido a Jorge Salazar, el mejor profesor que tuve en San Martín; o que trabajó también con César Hildebrandt y Ricardo Uceda, en los años más fuertes del terrorismo, en la mítica revista . También supe que fue director de prensa de Contrapunto, de Panorama, del canal 7. Literalmente, una vida entera dedicada al periodismo real.

Yo lo conocí en otro contexto, en el del manejo de la imagen corporativa, ese ámbito en el que terminamos todos los que no aguantamos las farsas del periodismo convencional. Y aprendí a leer sus entrelíneas, a seguir sus consejos y a respetar su ética de trabajo, orientada a dar lo mejor en cada comisión o tarea encomendada por los altos directivos de Derrama Magisterial, con quienes laboró los últimos 5 o 6 años de su vida. Fue cumpliendo una de esas comisiones que falleció trágicamente en Pucallpa, dejando un hondo vacío en la institución y, particularmente, en el Equipo de Imagen Institucional y Prensa del cual era jefe, quienes están -estamos- conmovidos y en algunos casos de colaboradores y amigos muy cercanos, devastados por el lamentable suceso.

Tuve el honor de conocerlo, trabajar con él, aprender mucho de su experiencia, disfrutar sus anécdotas y agradecer su gentileza y don de gentes, que han marcado profundamente mi desempeño laboral. Fui una de las últimas personas que lo vio con vida y siento de cerca la indignación que produce la impotencia de no haber podido hacer nada. Y el destino permitió que acompañe a la familia de Juan Carlos en los lacerantes y engorrosos trámites de traslado a Lima, una especie de montaña rusa de más de 24 horas de duración. A ellos, mis condolencias sinceras y el anhelo de que el tiempo haga su trabajo y les dé paz y tranquilidad ante lo irreparable e incomprensible de su partida.

Si alguien que lo conoció lee este post, el cortejo fúnebre sale hoy, domingo 1 de diciembre de 2013, a las 10am. desde el Velatorio del CAFAE-SE (Av. Petit Thouars 493, Santa Beatriz), hacia el Cementerio Campo fe de Huachipa, para darle el último adiós.


1 comentario:

Anónimo dijo...

La vida nos da y nos arrebata a un buen amigo y colega.