lunes, 29 de abril de 2013

FALTA DE CRITERIO EN LA TV NACIONAL


Dos casos, en apariencia distintos, me sirven de ejemplos para graficar la inmensa falta de criterio de los comunicadores que en la actualidad dirigen los programas de televisión nacional más sintonizados. Se trate de un noticiero (elijan el canal y horario que ustedes prefieran) o del espacio de entretenimiento menos nocivo (en este caso sí aludo a una producción en específico de Frecuencia Latina), los conductores han demostrado, durante la última semana, que carecen del menor sentido común y cuidado que deberían mostrar cuando los protagonistas de sus informaciones o concursos, son individuos con comportamientos que podrían ser generados por serios problemas mentales.

Como ustedes comprenderán, los conductores - las caras visibles de cada espacio televisivo - son el eslabón final de una cadena en la que también están numerosos equipos de producción, directores y hasta dueños de medios. Nadie se da cuenta de las burradas que propalan. Quizás porque nada es suficientemente importante como para detener la maquinaria, porque asuntos como el respeto o la consideración están en la lista de cosas que sus públicos no reciben de buen grado y eso, obviamente, puede costarles algunos puntos de rating. O quizás sea pura ignorancia nada más. Vayamos a los ejemplos:

a) Todos los noticieros hablaron, hasta por los codos, del caso del "loco de la catedral", un pobre hombre diagnosticado con esquizofrenia que, luego de provocar un gran susto a familiares y amigos en medio de una boda, pistola en mano; fue injustamente trasladado a un penal común y corriente. Si bien es cierto el tono de las informaciones era de indignación y denuncia, pues esta persona tendría que haber sido internada en un hospital psiquiátrico, tanto por su seguridad como por la de las personas "normales" que habitan un penal, el solo hecho de que titulares y textos leídos por los bustos parlantes lo tilden de "loco" es una falta de respeto, no para él, que probablemente ni se entere de estas minucias, sino para la familia que debe hacerse cargo de esta persona atormentada.

Como me comentaba una persona hace poco, quizás se trate de esta cultura "reality" que está tocando fondos cada vez más cenagosos y que ve, como algo llamativo para la audiencia, el arrebato triste y preocupante de un ser humano que necesita ayuda y no que estén exhibiendo su esquizofrenia como si de tratara de un personaje casi farandulesco. Eso de "el loco de la catedral" es de pésimo gusto y alguien en las áreas de prensa tendría que haberse dado cuenta de ello. ¿Porque mejor no introducen sus cámaras en el Noguchi o en el Larco Herrera, captan todos los ataques de sus pacientes, y hacen un reality de eso? 

b) En una de las "galas" de la actual temporada de Yo Soy (insisto, lo único que se puede ver de la oferta televisiva nacional sin sentir náuseas, porque ofrecen una paleta diversa de artistas y canciones, independientemente de lo buenos o malos que sean los imitadores, que comúnmente no hay opción de escuchar en la telebasura habitual), el joven que imita a Marcelo Motta, cantante y guitarrista de la banda peruana de blues-rock Amén, mostró claras señales de estar al borde de un  sincero ataque de ansiedad. Incluso mencionó que había sentido eso, en medio de una de las actuaciones o los ensayos. Con el rostro desencajado, gravedad en el tono de la voz y los ojos fijos en el suelo, el muchacho dijo que lo único que deseaba era "llegar a su casa y echarse a dormir".

Si bien es cierto lo que digo es meramente especulatorio - a diferencia del primer caso que sí trata de una persona diagnosticada como esquizofrénica - lo mínimo que debieron hacer los "jueces" es tratarlo con algo de consideración. Mientras el tontuelo ese de Adolfo Aguilar le hacía preguntas, mirándolo fijamente a la cara, como si fuera su jefe; el trío conformado por Armas-Marín-Morán le increparon, cada uno a su estilo, su falta de actitud, su poco compromiso. En suma, se zurraron en la posibilidad de estar deprimiéndolo más. Repito, quizás este señor no tenga una enfermedad mental pero tampoco parece estar emocionalmente estable, como los otros participantes que encajan mejor las burlas o críticas, según sea el caso, que se generan en el contexto de este programa, en el cual participan por voluntad y empeño propios. Las consecuencias, cuando uno trata con personas que aparentan atravesar una crisis nerviosa, con impredecibles. Por ende, que las personas encargadas de dirigir y conducir Yo soy no hayan sido capaces de manejar esta situación específica con mayor tino es, francamente, criticable y revelador en cuanto al criterio que pueden llegar a tener en contextos más complejos.


lunes, 22 de abril de 2013

SILVIO: GRACIAS POR TANTA MÚSICA


Con Silvio sucede lo mismo que sucede con Vargas Llosa: cuando habla de política se transforma en un ser humano tan falible como usted o como yo y es mejor no tomarlo tan en cuenta. Como ocurre con las ficciones y comentarios de arte de nuestro Premio Nobel, las declaraciones políticas del trovador cubano no son impedimento para maravillarse con sus arpegios y golpes de acorde completo en la guitarra, con sus canciones-poemas que se aplican a cualquiera de las etapas de la vida, el amor y la lucha por la justicia social, con su facilidad para expresar en tres o cuatro minutos toda clase de sentimientos. Cuando yo escuchaba a Silvio, siendo adolescente, las imágenes e historias de Ernesto "Che" Guevara no eran de mi desagrado. Y hoy, aunque reconozco que en Cuba hay una dictadura, no puedo dejar de sentir envidia ajena cuando veo los altos niveles en educación, deporte, cultura, etc., que Cuba posee y que mi país, con todas las libertades y libertinajes que defiende a sangre y fuego, no es capaz siquiera de replicar en porcentajes mínimos. Y que de ese entramado sociocultural surgiera también alguien como Silvio Rodríguez, acaso el cantautor en español más talentoso y profundo de todos los tiempos.

Anoche, casi al final de su concierto en el Estadio Monumental de Lima, Silvio dedicó su canción El necio a Nicolás Maduro. Desde afuera se escucharon algunas rechiflas en medio de los aplausos y, aunque considero que ese Maduro es un Pedro Picapiedra impresentable, confieso que me dio gusto esa actitud provocadora, por parte de un artista que lo ha visto y soportado todo, a los 66 años de edad. Silvio sabe que no todas las personas que fueron a verlo en primera fila estarían de acuerdo con sus posturas políticas, muchas de ellas anacrónicas y ultra socialistas (sabe también que para muchos jóvenes actuales esa es una mala palabra) y sin embargo, lanzó esa provocación sin dar mayores explicaciones, en una absoluta muestra de consecuencia que muchos otros artistas no pueden exhibir actualmente. El problema es que Silvio comete un grave error al asociar su prestigio y conocida consecuencia a un personaje como Nicolás Maduro, que no exhibe ni los brillos ni el carisma ni las buenas intenciones del artista. Eso, en lugar de elevar la figura de ese politicastro venezolano, hace descender al gran poeta a territorios de la desinformación y el sectarismo ingenuo. 

El necio, que es en realidad una canción que habla de él mismo, como artista y trovador comprometido con la intransigencia y convencido de que es esa cualidad la que le provee independencia para decir lo que le dé la gana, viene dedicándola a personajes y autoridades con los que ha expresado abiertas afinidades, a contramano del pensamiento mayoritario, oficial, de derechas. Ya en Bolivia se la había dedicado a Evo Morales y si Hugo Chávez hubiera estado vivo, no haría falta ser "un nigromante o un ruiseñor" como diría el cubano, para adivinar a quién se la hubiese dedicado en Venezuela. Este tema, perteneciente al primer volúmen de la trilogía acústica Silvio (1992), Rodríguez (1994) y Domínguez (1996), fue uno de los tantos himnos de la Trova (que ya hace tiempo dejó de ser nueva para convertirse en clásica) que el consumado poeta y guitarrista interpretó ayer, en noche de luna llena, ante casi 10 mil personas.



No llegué a ingresar al recinto pues las entradas se habían agotado, pero todo lugar es preciso para escuchar estas eternas canciones que nos remiten - por lo menos a mí - a aquellas épocas en que la poesía era necesaria para sostener la endeble armazón de la personalidad cuando uno es más joven. Todo melómano que se respete debe haberse sentido elevado al escuchar álbumes como Al final de este viaje (1978), Mujeres, Rabo de nube (ambos de 1979), entre otros, cargados de musicalidad y emoción lírica, más allá de las evidentes connotaciones en defensa de la revolución cubana, un asunto que también muchos defendimos sobre la base de su ideario inicial. Y aunque sea inevitable, cada vez que uno menciona a Silvio, enredarse en este tema tan polarizante y casi tabú entre la sociedad caníbal neoliberal, cuya principal arma es un Blackberry de última generación y sus cuarteles generales se ubican en oficinas con aire acondicionado, discotecas en el sur y restaurantes sushi-bar-lounge-marca Perú, trataré de referirme únicamente a lo que escuché - a lo que escuchamos - desde afuera, sentados sobre la acera. Una noche especial, una noche romántica, una noche de música y poesía al aire libre.

Algunos temas desconocidos, pertenecientes a su última placa discográfica titulada Segunda cita, como acabo de corroborar por Internet, en la línea melódica que caracteriza al Silvio de mediados de los 90s hacia adelante, iniciaron el recital de reencuentro entre el trovador y su público, tras siete años de ausencia. Acompañado por Trovarroco, un grupo de cinco músicos en el que destaca su esposa Niurka Gonzáles en la flauta y clarinete, el maestro intercaló estas novedades con algunas gemas clásicas que sacó de su chistera, todas enmarcadas en elegantes arpegios de guitarra clara: Días y flores, El mayor, Canción del elegido, Mujeres, Quién fuera, La maza, La era está pariendo un corazón. Un intermedio musical que combinó melodías de Beethoven con el son Chan Chan de Compay Segundo fue el pretexto perfecto para que sus músicos se lucieran.


La discografía de Silvio Rodríguez es el ABC de lo que fue el movimiento de la nueva trova latinoamericana, hoy reducida a lo que pueda hacer este señor, en medio de los escarceos cómicos de la dupla Serrat-Sabina, las baladas noveleras de Milanés y los medianos aportes del mexicano Fernando Delgadillo. La noche llegó a su fin con una secuencia de lo que en el argot de la industria discográfica llamaríamos "éxitos": Ojalá, Te doy una canción, Playa Girón, Pequeña serenata diurna, Sueño con serpientes y Unicornio, todas entonadas a voz en cuello por el emocionado público, que supo encajar el golpe de la referencia al sucesor de Chávez en Venezuela. Aunque Silvio posee desde hace décadas, un público cautivo en el que coinciden desde políticos hasta artistas, desde profesionales en sus cincuentas hasta jóvenes universitarios, fue inevitable percibir, en ciertos conspicuos representantes de "la gentita" - esos infiltrados que siempre están en todos los conciertos, en primera fila porque les alcanza el sueldo y que se dedican a tomarse fotos en lugar de disfrutar de la música en vivo - la incomodidad que les produjo aquello.

Luego de un breve descanso, Silvio subió de nuevo al escenario para culminar el concierto con una rotunda joya de los trípticos, lanzados en 1984: Ángel para un final. Ante tanto talento solo puede uno decir: ¡Gracias Silvio por tanta música!

jueves, 18 de abril de 2013

THE CURE EN LIMA: TRES HORAS DE LUZ Y DE SOMBRAS


Durante años se rumoreó su llegada a nuestra capital, sin concretarse. Miles de fans de The Cure organizaban grupos en Facebook, lanzaban cartas abiertas a los promotores de conciertos pero nada. Problemas de agenda, problemas en la banda, problemas. En plena época de megaconciertos, la visita de The Cure seguía siendo una deuda pendiente para el público limeño. Sin embargo, la espera por la cura a tanta ansiedad llegó anoche, miércoles 17 de abril, y con sabor a sobredosis. 

Más de tres horas de concierto, quizás el más largo que se haya producido - de un solo grupo - en Lima, fueron suficientes para que The Cure demostrara, luego de 34 años de trayectoria, por qué siempre fue considerado el buque insignia de ese volátil combo de subgéneros que incluye new wave, post-punk, shoegazing, dark rock, gothic rock, dream pop, dance pop, del cual muchísimos grupos no resistieron la prueba del tiempo. Y ¿cuál es el secreto? Ninguno, solo el talento de Robert Smith, su virtuosismo, su originalidad y carisma han permitido que The Cure perpetúe su estatus de grupo leyenda del rock, no solo de los 80s sino de todos los tiempos.

En la nota de contracarátula del Perú21 de hoy mencionan que entre los temas que interpretó The Cure destacó To me (así, en cursivas). Me parece ejemplo suficiente para graficar el desdén y la ignorancia con la que la prensa convencional trata estos eventos musicales. En la televisión el resumen de noticias no puede ser más aburrido: que si Humala y Maduro, que si el funeral de Armando Villanueva, que si Canal 7 lanza a Nadine para presidenta. Del concierto ni una letra, ni una imagen, ni una mención en el cintillo de titulares. Las notas "más extensas" de los demás diarios - incluyendo la portada de la sección Luces de El Comercio - abundan en lugares comunes y adolecen de reseñas interesantes. Incluso hubo uno que tuvo la osadía de poner una foto de Carlos Alcántara viendo el concierto. ¿Ni siquiera la nombradía de esta banda merece que se olviden de las pachotadas de la farándula local?


Push, uno de los temas que interpretó The Cure en Lima. La versión original está en el álbum The head on the door de 1985.

La respuesta es no. Dicho eso, hablemos del show. Hubo dos teloneros, a quienes no vi (Kinder y Resplandor) y supongo que, más allá de lo mal o peor que hayan sonado, tuvieron la noche de sus vidas. Bien por ellos. Cuando llegué a mi ubicación en tribuna norte, el estadio ya lucía casi lleno. Para la polémica quedará decidir si las casi 40 mil personas estaban realmente seguras del grupo que habían ido a ver o, como yo creo, un gran porcentaje habrá salido de allí con rostros soñolientos preguntándose ¿por qué habrán tocado tanto si solo conozco cuatro canciones? En todo caso, Robert Smith (voz, guitarra y una ocasional zampoña), Simon Gallup (bajo), Roger O'Donnell (teclados), Jason Cooper (batería) y Reeves Gabrels (guitarra) prepararon un kilométrico setlist con el que se propusieron complacer a toda su gama de seguidores: desde los más fieles conocedores de su vasta discografía hasta los más advenedizos que únicamente han escuchado las mismas tres o cuatro canciones que rotan en las radios desde hace 25 años.

Casi media hora después de la hora anunciada, la música ochentera (en clave new wave del más duro) que se escuchaba de fondo se apagó y comenzó a sonar una inesperada e incomprensible ranchera. Un atisbo de papelón rondó mi mente por un momento: ¿y si la banda creía que estaba en México? En fin, nada grave pasó y cuando saltaron al escenario el estadio simplemente estalló. Y The Cure lanzó la primera parte de su concierto, de dos horas de duración, de corrido y sin respirar, intercalando los temas con escuetos "gracias" que a veces sonaban a estornudo. Por allí pasaron temas luminosos como Just like heaven, High, In between days, Friday I'm in love, viñetas mágicas como Open (que abrió la noche), Push, Lullaby, Pictures of you, Lovesong, Fascination street y bombazos oscuros como The end of the world, Play for today, Trust, A forest y One hundred years. Distintas épocas, distintos matices de una banda que está sonando mejor que nunca.

La prensa convencional, idiotizada por las cotidianas coberturas a programas y personajes intrascendentes, se fija en el sobrepeso de Robert Smith y sus patillas canosas. Sin embargo nadie apunta que este compositor y guitarrista de 53 años de edad conserva su voz intacta, tal y como la escuchamos en míticos álbumes como Pornography (1982), The head on the door (1985), Kiss me kiss me kiss me (1987), Disintegration (1989) o Wish (1992), algunos de los discos que más contribuyen al setlist que vienen paseando, con algunas modificaciones, en esta exitosa gira por Latinoamérica. Simon Gallup, convertido en su lugarteniente desde la primera deserción de Lawrence Tolhurst en 1987, lanza líneas de bajo profundas y muy bien tocadas, que van desde la distorsión hasta los quiebres jazzeros de The lovecats y la onda disco de Let's go to bed. Roger O'Donnell, que reemplazó a Tolhurst y es ya parte de la historia de la banda, domina todo desde sus teclados y aporta mucha emoción durante los temas más dark. El baterista Jason Cooper tiene un pulso más duro que el anterior Boris Williams y Reeves Gabrels, ex guitarrista de aquella banda Tin Machine que David Bowie formara a finales de los 80s, hizo olvidar completamente a Porl Thompson, con una técnica y filo rockero que acrecienta la tensión en los momentos más sombríos que ofreció The Cure durante el show, complementando el trabajo guitarrístico de Smith, pletórico en tonalidades graves y punteos que aparentan simplicidad pero que generan una carga emocional inconfundible en su grupo.


If only tonight we could sleep, del álbum Kiss me kiss me kiss me (1987).

Luego de esta monumental descarga de 25 canciones, el quinteto abandonó el escenario del Estadio Nacional por primera vez. Las noticias en Internet ya habían puesto en sobreaviso al público (me refiero al público seguidor de la banda): The Cure sigue con su costumbre de realizar shows extensos, que pueden llegar a las tres horas de duración. De manera que era obvio que iban a salir otra vez. Los demás, un tanto aturdidos por tantas canciones "desconocidas", alistaban sus celulares y cámaras digitales para captar el momento en que la banda saliera a tocar Boys don't cry. Pero The Cure no iba a hacer concesiones así, tan fácilmente. Como si el concierto comenzara de nuevo, la banda hizo seis canciones más, extraídas del más tenebroso baúl de sus posibilidades sónicas: The kiss, If only tonight we could sleep y Fight del disco Kiss me kiss me kiss me (1987); y Plainsong, Prayers for rain y Disintegration del álbum del mismo nombre pusieron a volar a los conocedores, a sorprender a los nuevos con sentido de la apreciación y a dormir a los poseros, con atmósferas de sonido - cortesía de densas guitarras y teclados - y alaridos vocales que pusieron a prueba a aquel público que esperaba más hits radiales.

Segunda desaparición del grupo. Y aun faltaban canciones. El cierre vino con una colección de temas clásicos, todos en clave más optimista: The lovecats, The caterpillar, la esperadísima Close to me (la que según Perú21 se llama To me) y las festivas Hot hot hot y Why can't I be you? calentaron lo suficiente a la multitud antes de lanzarle a la cara lo que tanto estaba esperando: Boys don't cry, ese gran éxito de 1980 que da título al primer-segundo álbum del grupo (en realidad es un single que después se convirtió en disco), tocada a un tiempo más acompasado y que hizo saltar a todo el estadio y para finalizar, dos clásicos más: 10:15 saturday night y Killing an arab (basada en la novela El extranjero de Albert Camus), interpretados con furia desatada, algo alucinante si tomamos en cuenta que ya eran más de las doce de la noche y la banda llevaba tocando tres horas y veinte minutos. Una proeza de resistencia y entrega al público.

El sonido y las luces fueron de primera, además de los impresionantes equipos de filmación que la banda trajo, pues piensa elaborar un documental de esta gira. Detrás de los músicos, una inmensa pantalla LED proyectaba imágenes que iban desde referencias a las carátulas de su álbumes hasta dantescas escenas en blanco y negro, de una resolución sorprendente. Todo un acontecimiento musical y artístico que, a pesar de no recibir el tratamiento debido por parte de la prensa, pudo ser disfrutado por las miles de personas devotas que esperaron tanto la llegada de esta icónica banda británica. Y por los miles de infiltrados que fueron a tomarse fotos para sus Facebook.

Boys don't cry, tema emblemático que une a los fans de The Cure (los que conocen su discografía y los que solo conocen esta canción), lanzado originalmente en 1980.






sábado, 6 de abril de 2013

NEW ORDER Y THE CURE: LAS VOCES DE LOS 80s


Entre 1986 y 1990 escuché de todo, desde el thrash metal más agresivo - según el cual bandas como Metallica, Slayer o Megadeth eran solo las puntas del iceberg - hasta las edulcoradas baladas en español de Pandora, Camilo Sesto y José Luis Rodríguez "El Puma" que programaban en RBC Radio. Mis preferencias, sin embargo, siempre estuvieron enfocadas hacia la música rock, en todas sus formas y géneros. Debo resaltar que en esa época era muy difícil ser consumidor compulsivo de buena música ya que las radios, como siempre, imponían unos límites muy reducidos con sus parrillas de 100 canciones que siempre eran las mismas y a las cuales solo les cambiaban de orden. Algunos programas de televisión como Disco Club o Mirando la radio trataban de marcar la diferencia, pero al final de cuentas uno siempre debía recurrir a recursos extremos (cassettes piratas del centro de Lima, amanecidas viendo la mala señal del Canal 27 UHF y cosas así).

En esa época no existía el YouTube y era imposible pensar en que los artistas que uno admiraba incluyeran a Lima en sus rutas de conciertos. Hoy, que ambas cosas son moneda corriente, la lista de bandas que pisan nuestra capital crece cada año más. Desde las épocas en que conciertos como los de Ian Gillan o Jon Anderson eran eventos de lo más extraños, que las visitas de Santana o de Phil Collins recibían toda la atención de la prensa de espectáculos por lo insólitas que eran; hasta hoy, en que mensualmente la oferta de conciertos es diversa y permanente; mucha agua ha corrido bajo el puente. La prensa musical (que nunca ha existido en este país, por lo menos no de forma organizada y sostenida) prácticamente está limitada a dos o tres párrafos en un periódico de tiraje nacional (El Comercio), por lo general más preocupado en hablar de Al fondo hay sitio o del romance de Magaly Medina con un estafador profesional y los grandes conciertos que se producen en la ciudad pasan desapercibidos para la mayoría. O en su defecto se convierten en una pequeña nota que comparte espacio con basuras como el K-Pop o el Harlem Shake.

En esa línea, no sorprende que nadie haya dicho nada de la visita de New Order, una de las más creativas y creíbles del género conocido como post-punk - lo más que he visto en Internet son notas repletas de lugares comunes y fruslerías del tipo "Bernard Sumner admira a Juan Diego Flórez" o "los integrantes de New Order ya no quieren ver ni un pisco sour más". Hasta los íconos del rock terminan, en este país, convertidos en comentarios superficiales como los que haría Fiorella Rodríguez o la chica de Yo soy (perdonen que no sepa bien su nombre) en sus "bloques de espectáculos". Lo cierto es que New Order, aquella banda formada por lo que quedó de Joy Division (grupo que, francamente, nunca me gustó) poco tiempo después de que Ian Curtis, su atormentado cantante y compositor principal, se suicidara a los 24 años de edad, ha llegado a Lima para explotar las dos leyendas sobre las cuales basa su fama: la de su emergencia como resultado de un evento trágico (el suicidio de Curtis) y la de su propia trayectoria, exitosa y colmada de creatividad musical, que sobrepasa fácilmente las tres décadas.





Por otro lado, el inminente concierto de The Cure, uno de los placeres culposos y ocultos de cualquier metalero que se respete, no pasa de ser una oferta de la tarjeta Interbank, colgada en paneles y vallas callejeras. Nadie en la prensa convencional (no hablo desde luego, de los verdaderos conocedores, que sí viven la emoción de este concierto, día a día, en las redes sociales) y, seguramente, cuando la banda llegue al Jorge Chávez, los programetes de turno harán las mismas notas aburridas y estancadas en la anécdota estúpida con la comida peruana, si algún integrante se puso la camiseta de la selección peruana de futbol o cualquiera de esas lamentables maneras de abordar esta clase de acontecimientos, que merecerían un trato periodístico-musical más respetuoso y relevante.

New Order y The Cure son dos de los grupos ingleses que más escuché durante mi adolescencia, en medio de la tormenta de guitarras de los thrashers y las voluptuosas producciones progresivas que consumí de forma viciosa en esa segunda mitad de los 80s. Recuerdo que, en las fiestecitas de barrio a las que iba, con mis amigos, a sentarme en la esquina y tomar todo lo que nos ofrecían (y lo que no nos ofrecían, también), siempre estaba, entre los LPs de Soda Stereo, Hombres G y Los Violadores, el LP Standing on the beach (aquella recopilación de The Cure con el primer plano de un anciano en la carátula) o los 45s de las versiones en 12" de Bizarre love triangle o Blue monday, los temas más emblemáticos del otrora cuarteto de Manchester. Eran infaltables, inclusive en algunas de las fiestas a las que fui durante los primeros años de universidad. Y por supuesto, había mucho que saber de ellos, más allá de las dos canciones por banda que programaban las radios locales. Si en el caso de New Order eran (y hasta hoy son) las dos mencionadas, en el caso de The Cure solo sonaban Boys don't cry y Close to me. Lo demás había que escucharlo en otros lugares.





Me acuerdo mucho que, de ese LP recopilatorio de la banda de Robert Smith, me obsesioné con temas como Killing an arab, Jumping on someone else´s train y algunos oscuros como Charlotte sometimes, The hanging garden y en especial A forest. Después, en alguna de las madrugadas de Canal 27 UHF vi más de una vez un concierto de The Cure con su formación clásica en el que me puse en contacto con toda su onda, más allá de lo que pasaban en los canales tradicionales (creo que era un show de la gira Faith o Ponography, de la primera mitad de los 80s). Por el otro lado, aunque no soportaba la música de Joy Division (ni la soporto ahora), lo de New Order siempre me pareció más inteligente, con aquella combinación de la luminosidad del pop electrónico con las atmósferas intimistas, deprimentes, heredadas de su asociación artística con ese muchacho de voz horrenda y permanente rictus moribundo (me refiero a Ian Curtis, por supuesto). Los videos de canciones como Ceremony, True faith, Regret, entre otras, eran transmitidos (siempre en ese "canal" de la UHF que era más estática que otra cosa, nunca pudo verse bien su señal) y, de vez en cuando,también tenían espacio en algunos medios convencionales.

Aunque ambas llegan algo disminuidas en sus formaciones - en New Order ya no está el mítico bajista Peter Hook, responsable del 50% de su sonido característico y The Cure es una banda totalmente diferente a la conocida hasta 1996 - son dos conciertos importantes en esta ciudad plagada de cumbiamberos, coreanos saltarines y vulgaridad esparcida en cada medio que se supone "importante". Está demás pensar que estas bandas, icónicas del pop-rock inglés de la década ochentera, vayan a ser tratadas con mayor respeto por la prensa de espectáculos, así que me conformo con saber que, por encima de esa indiferencia generada por una abismal ignorancia, están las personas que, al margen de esa realidad, ha seguido a sus grupos favoritos a lo largo de los años y que ahora pueden realizar el sueño que alguna vez tuvieron de verlos en vivo.