lunes, 24 de septiembre de 2012

PODER PARA APRETAR EL DISPARADOR UN CRIMEN Y LUEGO LAVARSE LAS MANOS



Beto Ortiz ha sido declarado "el periodista televisivo con más poder" por una publicación en fino papel couché que se dedica a encuestar a los "líderes de opinión" y a los principales miembros de la intelligentsia nacional: untuosos empresarios, impresentables políticos y otros periodistas. Después de escuchar el pronunciamiento de este galardonado personaje, creador de un nuevo género periodístico: el Periodismo Bipolar (capaz de hablar de alturas literarias y bajuras farandulescas a solo una tanda comercial de distancia), me pregunto si ese poder incluirá la caudalosa lavada de manos que lanzó, a pierna suelta, desde el canal que lo protege por todos los caminos posibles para no asumir, por lo menos, la responsabilidad que le corresponde como conductor y azuzador de ese infausto programa El valor de la verdad, donde se terminó de gestar un nuevo asesinato macabro, como si no nos bastara con los que ocurren a diario, a nivel nacional, sin que nadie se entere.

Hay que reconocer que Ortiz es hábil. Sus requiebros y peroratas - en las que combinó la angustia que le producen los miles de feminicidios que ocurren, lamentablemente, más seguido de lo que quisiéramos; la hipocresía de los demás medios que usan segmentos completos de su show para colgarse de su rating cada semana; la supuesta bizarría o valentía de quien prefiere la verdad al ocultamiento (cuando en realidad se trata de una acción kamikaze del que está tan desesperado por dinero que ya no tiene nada qué perder); la competencia por el rating, según la cual todo se vale; etc. - han llegado a seducir a cientos de "broders" y "sisters" que le hacen "me gusta" en su "feis", apoyando la permanencia en el aire de esa mercenaria franquicia que en otros países ya ha sido cancelada por los riesgos evidentes que acarrea su emisión.

Si Beto Ortiz no fuese un periodista bipolar y solo primara en su comportamiento el perfil positivo, aquel que escribe con excelencia, que construye artículos con citas de César Vallejo y escucha a Antony & The Jacksons; lo primero que hubiese hecho - es mi opinión, por lo menos - es salir y, además de disculparse ante la familia de la joven asesinada, anunciar públicamente que el programa ese, que se nutre de las miserias de personas que están dispuestas a exponerlas por algunos miles de soles, no va a salir más al aire y que los millones de sangrienta publicidad que se lleva al bolsillo cada sábado no valen una vida, no justifican un estrangulamiento, no sirven para comprar la paz a una familia, tras una tragedia como la ocurrida con esta muchacha.

No es que Beto Ortiz sea culpable del crimen. Sería ridículo decir eso, claro, él no la secuestró ni le quitó la vida ni  la arrojó a un silo en Jicamarca. El autor de eso tiene nombre y apellido y esperemos que reciba el castigo que merece. Pero es absurdo decir, cito de memoria, con rictus de indignación y denunciando cargamontones: "no existe relación entre mi programa y el salvaje crimen". Sí existe pues. Porque si bien es cierto el tipo que asesinó a la joven, lo podría haber hecho sin mediar ninguna aparición pública, no creo que haya alguien, en sus cuatro cabales, que no piense que la idea cobró más cuerpo en su mente enferma después de considerar que era justo castigar a aquella que lo engañó, que había que borrar la ignominia pública, que había que sacar "alguito" del millonario premio.

La naturaleza demente y criminal del asesino está fuera de discusión. No se trata de "ayudarlo" cuando se establece que la emisión del programa - que además tiene cuestionamientos en cuanto a la veracidad de todo aquello que presentan como "verdades extraidas de un polígrafo" - activó los deseos más abyectos de ese tipo. Pero un profesional de las comunicaciones debe tener cuidado con aquello que hace en televisión, porque las reacciones en cadena, sobre todo en temas tan delicados, son incontrolables. Y eso no es novedad.

El problema real tampoco es el programa en sí mismo. El verdadero drama es que un mamotreto televisivo de esa clase, que se beneficia en términos de audiencia por presentar "testimonios" nacidos de la desesperación por tener plata en el bolsillo (desesperación que define tanto al asesino como a su víctima) y que para ello no escatima en exhibir temas sórdidos, realidades patéticas y tristes, familias quebradas, etc., sea visto y admirado masivamente por el público y como dice Ortiz, que sea semanalmente retransmitido en los demás canales, reseñado en todas las primeras planas, parodiado por los cómicos, etc. Esa es la tragedia social en la que nos encontramos.

Por eso no solo El valor de la verdad tiene parte de la responsabilidad, sino la gente que, antes de dirigir sus miradas a otras cosas, toman como una diversión, como un momento de relax después de trabajar, como algo agradable a la vista, un circo diseñado sobre la base de que el morbo es lo que produce mayores dividendos en televisión.

No se pierdan El valor de la verdad el próximo sábado, quién sabe la siguiente edición tendrá aun más rating después de este lastimoso suceso. Y eso les encantará a Beto Ortiz y a Frecuencia Latina. ¿o no? 


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