sábado, 13 de octubre de 2007

JORGE DREXLER EN LIMA























Está comprobado. La época en que los artistas podían estar alejados de la manipulación y de convertirse en fetiches ocasionales de las tendencias del mercado se acabaron. Hoy, lo que antes era sólo un riesgo se ha convertido en una corriente en sí misma.

Siempre ha habido artistas que, debido a su talento y a sus propuestas musicales alejadas del promedio, de lo radial o de lo "políticamente correcto" en términos de actitud, de potencial comercial, de apariencia, etc., terminaban siendo utilizados por ciertos sectores con pretensiones de diferenciarse del resto.

Por ejemplo, en los 80s, escuchar a Silvio Rodríguez, entenderlo y estar de acuerdo con él podía etiquetarlo a uno como comunista/revolucionario pero también como amante de la poesía musicalizada, como una persona de sensibilidad y gustos refinados, cultos. Y en medio de la maraña de comportamientos distintos que ofrece el género humano se hacía muy difícil distinguir entre quiénes eran verdaderos conocedores, merecedores de ser considerados "fans", y quiénes estaban colgándose de un par de canciones para pasar como uno de ellos.

Los "poseros" siempre han existido y aunque el término suene un poco agresivo, creo que se aplica con escalofriante exactitud cuando vemos el repentino culto surgido hacia el brillante cantautor uruguayo Jorge Drexler, de visita por nuestro país (si no me equivoco, el concierto es el sábado - hoy - 13 de octubre).

Si el autor de álbumes tan agradables, eclécticos y siempre trovadorescos como Vaivén (1996), Llueve (1998), Frontera (1999) y Sea (2000) - recopilados de manera excelente en el disco La edad del cielo: Sus grandes canciones, lanzado en 2004 - nos hubiese visitado a fines del 2001, año en el que venía de compartir escenario con pesos pesados como Joaquín Sabina, Luis Eduardo Aute, entre otros ¿hubiera causado tanto revuelo? Creo que no, porque el gran público es así, nunca responde al talento presentado en estado natural, nunca atiende si no viene precedido de algún fuego artificial, de algo que valide socialmente su presencia, algo que le de el valor agregado del status...

Drexler era un cantautor desconocido, al alcance únicamente de quienes sí saben: los melómanos, los universitarios que no se conforman con bailar perreo o escuchar chill out (dependiendo de qué universidad provengan), los que andan por ahí buscando música nueva, desafiante, sofisticada y que salga de los cánones generales. En suma, Drexler no era un producto masivo. Ni de la masa "pobre" ni de la masa "rica". Mantenía su independencia sobre la base más creíble de todas: el compromiso con su arte, nada más...

Y lo sigue haciendo. A pesar del boom mediático que consiguió tras ganar el Oscar 2004 por el tema Al otro lado del río, incluido en la banda sonora de Diarios de motocicleta, y de la notable reivindicación personal que el compositor se permitió al recibir la estatuilla, al ponerse a cantar a capella su tema, puesto que los geniecillos de la Academia decidieron no convocarlo para interpretarla porque no era una estrella reconocible (en su lugar pusieron a Antonio Banderas...), el uruguayo no se envaneció y tras el éxito de su álbum Eco - que dicho sea de paso no incluye la canción de marras - realizó un nuevo ejercicio de introspección para soltar una producción coherente con su estilo y tradición discográfica, titulada 12 segundos de oscuridad.

La actual "Drexlermanía" previa a su concierto, no proviene de sus miles de seguidores que en la sombra han venido acompañando su extensa carrera, sino de la sobre-exposición auspiciada por el programa Sonidos del Mundo y su conductora, la señora Mabela Martínez, convertida desde hace casi 10 años en la Reina Midas de la difusión musical. Si ella dice que algo es bueno, independientemente de que lo sea o no, pues entonces el artista en cuestión ve que su cantidad de fans crece exponencialmente. A veces acierta en la recomendación, como es el caso de Jorge Drexler, y en ese sentido es bueno para él que lo conozcan - y que lo compren - más, pero hay ocasiones en que la influencia de la opinión de Sonidos del Mundo eleva demasiado a artistas - nacionales o internacionales - que realmente no merecen tanta atención.

Dicho sea de paso, desde hace relativamente poco tiempo pasa lo mismo con la revista Somos. Quienes observamos de cerca las tendencias del gusto de la gente en materia musical vemos con asombro que una producción discográfica de mediana o baja calidad, si es elogiada por los comentaristas de Somos, inmediatamente pasa a ocupar los primeros lugares de ventas. Del mismo modo, si una producción realmente buena o en todo caso, que no cuenta con los auspicios necesarios, recibe un comentario negativo, inmediatamente desaparece como opción para el público. Un público que cada vez más se deja llevar por lo que le dicen en estos terrenos - y quizás también en otros - y no estamos hablando necesariamente de personas con niveles económicos o de instrucción bajos.

La música de Jorge Drexler se inscribe dentro de lo que todos nosotros conocemos como Nueva Trova, en un estilo u poco más cercano al pop, parecido al de contemporáneos suyos como Pedro Guerra, Fernando Delgadillo o Alejandro Filio. Con la excepción de Guerra, los mencionados aun están en esa injusta oscuridad, que terminará cuando Martínez o Somos decida hablar de ellos, en búsqueda de más motivos para complacer a sus públicos, poco interesados en mantener fidelidad a un artista o de ampliar criterios. Lo único que importa es si los demás también lo escuchan, si sale en los programas de moda, si suena - por alguna razón - cool. Mientras tanto, los verdaderos fanáticos deben soportar que a sus artistas favoritos les hagan entrevistas malas o que los utilicen para mantener buen rating durante una o dos semanas.

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