viernes, 8 de abril de 2022

CONTIGO PERÚ: LA HIPOCRESÍA DE QUIENES NO QUIEREN A SU PAÍS


El día siguiente del partido que Perú le ganó a Paraguay 2-0, en el Estadio Nacional, un importante diario de circulación nacional tituló su editorial "Cómo no te voy a querer" -en alusión al odioso cántico de tribuna que suelen repetir hasta la náusea por todas partes cada vez que la selección juega. Y la columna, con un tono sensiblero y oportunista, incluía frases como esta (cito de memoria): "... el fútbol nos une, el fútbol nos hermana en torno a un objetivo común..." Con el país cayéndose a pedazos, en el peor momento político de su historia republicana, comentarios como esos, más que emocionados por un triunfo deportivo, parecen motivados por un sentido del humor morboso y de muy mal gusto.

El fútbol, deporte del que todos nos enamoramos desde niños, genera emociones que van ligadas a valores como la identidad nacional, el trabajo en equipo, la disciplina, la masculinidad (perdonen los defensores del fútbol femenino pero, aun cuando ellas lo juegan muy bien, no es lo mismo). Y, como sabe cualquier persona que haya sido testigo de la transformación gradual del fútbol mundial, de ser un gran deporte con algunos aspectos de negocio a ser un gran negocio con algunos aspectos de deporte, es también caldo de cultivo para muchos tipos de manipulaciones sociales, políticas y económicas, capaces de encanallar los valores antes mencionados, convirtiéndolos en poses superficiales, instantes disforzados que no se condicen con conductas diarias. 

Pero si el fútbol ha sido instrumento de coacción política prácticamente desde el inicio de su saga histórica -si no, que alguien nos recuerde las presiones de Mussolini en los mundiales de 1934 y 1938, la intervención de la dictadura de Videla en Argentina '78- nunca como ahora están también los hinchas impregnados de esa falsedad que los lleva a hacer declaraciones grandilocuentes en nombre del fútbol pero que no cumplen ni la quinta parte de toda esa sobre actuación en sus vidas reales. 

En el Perú, este fenómeno tiene ya varias décadas. Nuestras sociedades escindidas y auto discriminatorias viven desapegadas de cualquier obligación moral con el país. Para mantener privilegios, colectivos sociales que se asumen a sí mismos como superiores a los demás, son capaces de respaldar opciones políticas más relacionadas con el crimen organizado, solo porque son percibidas como de sus mismos círculos -o porque, de hecho, están unidos por vínculos laborales, amicales o familiares. Y, en ese sentido, serían capaces de entregar a su país a una banda de ladrones en lugar de defenderlo. Si se construye un edificio de veinte pisos en una calle donde la licencia solo permite seis, y alguien los convoca a una marcha de protesta para defender los derechos de los vecinos afectados, un 90% de ellos ignorará la convocatoria y preferirá seguir con los preparativos para su parrillada sabatina o dominguera. Pero, el día que Cueva o Yotún hacen gol, se jalan el polo blanquirrojo y cantan, chorreando cerveza por las comisuras de los labios: "¡... te darée la viiiiida y cuando yo mueraa me uniré en la tieeerra contigo,. Perú...!" 

¿Cómo llegamos a consentir tanta y tan nociva hipocresía? ¿Cómo es que un mismo colectivo social puede dar la espalda a su prójimo a diario y después emocionarse "hasta las lágrimas" por la letra de un vals, un hermoso vals por cierto, que habla de amor a la patria? No se trata de decir, de forma simplista como el editorial de La República, que nos unimos por el fútbol en torno a un objetivo común -llegar al Mundial de Catar es, al final de cuentas, un hecho intrascendente en términos de desarrollo sostenible, vida en armonía, seguridad ciudadana o índices de corrupción- sino de ver las cosas en su real dimensión y entender que, más bien, se trata de puro y duro escapismo, transversal a los sectores socioeconómicos y al mismo tiempo, sumamente individualista. 

Los que más tienen escapan, con el fútbol y sus fingidas euforias -fingen los comentaristas que prefieren gritar como hinchas comunes y corrientes en lugar de orientar la opinión de las masas que los escuchan, fingen los espectadores que ven, en cada partido, una oportunidad de ostentar y presumir sus capacidades para pagar una o varias entradas -si es en palco Pullman, mejor-, sus cercanías con personajes de la farándula, la política o el empresariado- mientras que los que tienen poco o mucho menos, escapan de sus problemas laborales, se gastan hasta lo que no tienen para comprarse el Smart TV o la casaquilla Umbro con el apellido de moda -Lapadula, Cueva, Carrillo- mientras bautizan a sus hijos André, Gianluca o Christian, para estar en la onda.

Me emociona, como futbolero clásico, que la selección peruana de fútbol -para otro día dejaré la división que hago, arbitraria y chacotera, entre el fútbol verdadero y su versión nacional, el "julbo"- esté a un partido de lograr su segunda clasificación consecutiva a un Mundial. Bien por Ricardo Gareca que, como jugador y como entrenador, merece toda mi admiración por su coraje, personalidad y seriedad al momento de dirigir y armar un colectivo de jugadores nuevo, rompiendo argollas que parecían de adamantium, la extraña sustancia que hace irrompibles las garras de Wolverine. Pero esa emoción se empaña cuando veo la superficialidad del cántico de "la mejor hinchada del mundo", porque esos rostros no me muestran a una sociedad unida o solidaria. Lo que me muestran es una serie de grupúsculos más preocupados en demostrar sus diversos niveles de superioridad y su descarado reduccionismo porque, a estas alturas, ya es imposible que alguien los ponga realmente en su sitio.

Estoy convencido de que una enorme mayoría de estos hombres barbudos y "blancones", con pinta de jamás haber pateado un balón, polo de la selección y gorros de arlequín; y estas mujeres que, bien a la casaquilla, al laceado brasileño y la bandera peruana pintada en las mejillas, chillan hasta cuando la pelota sale al lateral; no darían la vida ni siquiera por la junta de propietarios de sus edificios con vista al mar, por lo que sus llantos al entonar Contigo Perú en cada partido a estadio lleno no se me hace creíble en absoluto. Y lo mismo funciona para la gran mayoría de hombres y mujeres que, menos favorecidos económicamente pero más identificados tanto con la extracción social y étnica de nuestros principales jugadores como con las posibilidades de que sus propios hijos logren, como Edison "Oreja" Flores o Renato Tapia, escapar de la postración socioeconómica y el permanente ninguneo por ser "oscuros" dedicándose al fútbol y terminen codeándose con la crema y nata de una sociedad clasista y racista que, en otras condiciones, solo los cholearían o negrearían a su antojo impunemente y emigrar a países que, trabajando de sol a sol en un supermercado solo serían capaces de conocer por internet.

Ni siquiera los jugadores logran transmitir esa sinceridad a la hora del festejo. El día que le ganamos a Paraguay -una pelota de Lapadula que entró con las justas después de chocar con el palo izquierdo, tras un genial pase de Cueva; y una sorprendente decisión de Yotún de lanzarse en tijera para latiguear un balón que le fue dirigido, otra vez, por Cueva y otra de sus maravillosas apariciones cuando está de buenas- sonaba Contigo Perú y las tribunas retumbaban, con esa dosis de disfuerzo que describo. Pero abajo, en la cancha, los jugadores peruanos saltaban como argentinos y, salvo uno que otro, la mayoría se abrazaba, se quitaba las camisetas y chacoteaban entre sí, desconectados de la sensibilidad patriotera del tema compuesto por Augusto Polo Campos. 

Solo Gianluca Lapadula, de padre italiano y madre peruana, que hasta hace poco tiempo ni siquiera hablaba bien el español y que ni siquiera ha nacido en el Perú, cantaba y lloraba el vals mientras el DJ, le bajaba el volumen a ciertas frases para que solo se escuche la voz del público. Como en las horas locas en que el DJ baja el volumen para que se escuchen las frases malcriadas o los coros de las canciones de comparsa en esta costumbre superficial y odiosa de fiestas familiares y eventos institucionales.

Nada puede hacerse, a estas alturas del partido, para corregir esta situación. Cada vez que juegue la selección peruana de fútbol, gane, pierda o empate, veremos una y otra vez estas imágenes de masas enloquecidas cantando una letra que solo sienten en el corazón cuando se trata de cuestiones sociales, de entretenimiento, gastronomía o turismo, pero que jamás pondrían por delante al Perú si, al hacerlo, se pusieran en riesgo sus comodidades y privilegios. Eso no es querer al país. Es servirse de él.




 

lunes, 21 de junio de 2021

PERIODISMO ALTERNATIVO: ANÁLISIS, RABIA Y MUCHA CHACOTA


Desde siempre, el periodismo alternativo -la "free press" de la contracultura norteamericana en tiempos de hippies y freaks- se mantuvo en la marginalidad. Su precariedad presupuestaria y parcial amateurismo le hacía imposible competir con los medios convencionales, la gran prensa. Escritores, artistas y difusores de opinión anti-establishment se hacían notar, de vez en cuando, por sus altos niveles de irreverencia, pero siempre en la oscuridad, como parte de una cultura subterránea y, generalmente, ajena a la vida de las masas y al debate político cotidiano.

En estas épocas de redes sociales consolidadas y plenamente incorporadas al quehacer diario de ciudadanos y familias comunes y corrientes, esto ha cambiado de manera rotunda y, hasta cierto punto, saludable. Los medios de comunicación digitales -webs, blogs, FanPages, canales de YouTube, cuentas de Twitter- son, desde hace un par de décadas, lo que va del siglo 21, ya no solo una alternativa diferente y marginal (léase pequeña, menor, de segunda clase o difícil acceso) al clásico tridente prensa escrita/radio/televisión. Se han convertido en la primera y principal fuente de información de una población hiperconectada que ya no confía, que ya no cree en los medios tradicionales. 

Esta tendencia global es, en países como el Perú, en el que tenemos además un problema de concentración monopólica de medios de comunicación que los convierte en maquinarias descaradas de desinformación y parcialización en defensa de los grupos de poder político y económico, ha dado en los últimos años pasos agigantados en su crecimiento, como válvula de escape para emociones que van desde la indignación frente a las mentiras del "discurso oficial" hasta unas olas de refrescante ingenio y creatividad de la mano de jóvenes usuarios cibernautas -en muchos casos, estudiantes y comunicadores de las nuevas generaciones- que están usando las redes sociales para desbaratar patrañas, analizar críticamente todo aquello que los demás ocultan o tuercen y divertirse levantando los ánimos, propios y ajenos, con altas dosis de buen humor y abierta desfachatez e incorrección.

El último proceso electoral, concluido formalmente el pasado 6 de junio con el acto de votación en segunda vuelta y que hoy nos tiene en permanente tensión por la agobiante, prepotente e inagotable capacidad para hacer pataletas irracionales del partido perdedor, ha terminado de solidificar el peso y poder de convocatoria de este multiforme elenco de comunicadores que podríamos englobar en el membrete que ellos mismos se inventaron hace poco: "La Liga Electoral", un nombre que conecta con la subcultura de los superhéroes y películas del universo Marvel/DC Comics que se junta en "La Liga de la Justicia", muy popular entre personas cuyas edades oscilan entre los 18 y los 55 años, sin contar a los menores de edad. 

Este grupo de nuevas voces, de manera (en muchos casos) independiente, orgánica e intencionalmente desacartonada, se ha propuesto dar batalla, con todo, al apoyo y cobertura cerrada que la gran prensa concentrada local, encabezada por el Grupo El Comercio, RPP y Willax TV, da sin la menor vergüenza a la mafia fujimorista, al que se unen, de forma un poco más asolapada, medios que se identifican a sí mismos como no integrantes del cogollo empresarial y mediático (ATV, TV Perú, La República, una que otra web y varios importantes "líderes de opinión" de experiencia y prestigio), apuntando a una "masa crítica" de jóvenes y adultos hartos de la manipulación y mentiras malintencionadas que Keiko Fujimori y sus operadores lanzan en cadena nacional, para tumbarse unas elecciones que perdieron a pesar de tener tantas ventajas a nivel de propaganda y capacidad de gasto en campaña.

Aún no se ha realizado un estudio serio y detallado sobre la historiografía de este fenómeno. Pero podemos ubicar los cimientos de esta nueva forma de hacer periodismo digital en el trabajo de Marco Sifuentes (@ocram), fundador de "El Útero de Marita", escatológico nombre ligado a uno de los crímenes más atroces del fujimontesinismo, pero de gran pegada que se erigió como faro de aquella información alternativa a la prensa formal. De hecho, Sifuentes proviene de esa prensa convencional, debido a su trabajo como reportero de La Ventana Indiscreta, uno de los programas dominicales más sintonizados de finales de los noventa e inicios del siglo 21, dirigido por Cecilia Valenzuela, antes de entregarse a la ultraderecha. Desde hace años, Sifuentes encabeza los rankings de periodistas digitales "de más poder". Sifuentes, actualmente, conduce diariamente "La Encerrona", un mininoticiero de 15 a 20 minutos que sale por YouTube y se replica en múltiples plataformas (Twitter, Instagram, Facebook, Spotify) en versiones en video y audio (podcast).

Detrás de El Útero... surgieron, entre otros, Desde el Tercer Piso (José Alejandro Godoy), La Mula (portal de noticias y crónicas, también con Sifuentes detrás) y, más recientemente, weblogs como Ojo Público, El Foco, Wayka y Sudaca, que siguen la misma lógica, ser portales de noticias no tradicionales, de bajo presupuesto y alto efecto multiplicador por su estrategia multicanal. Uno de los primeros en aparecer, como individualidad dedicada a desmontar mentiras de la fauna política fue "El Diario de Curwen" (un youtuber de nombre Víctor Caballero, su alias en Twitter es @DiarioDeCurwen) -actual director de "utero.pe"- que se posicionó rápidamente entre los cibernautas. A pesar de eso, La Encerrona es, actualmente, el medio digital de información más sintonizado e influyente entre las juventudes consumidoras de noticias de actualidad política durante la pandemia, debido al arrastre de Sifuentes y sus proyectos previos.

Pero si algo ha desatado la euforia en el ciberespacio son los programas de conversación, en los que se reúnen analistas políticos jóvenes, con información privilegiada por haber trabajado en el Estado, como asesores de congresistas, ministerios u otras instituciones públicas, pero en una onda super informal, haciendo así contraparte a las clásicas "mesas de conducción" o "paneles" donde abunda la diplomacia, el acartonamiento y el acomodo. Chicharrón de Prensa se llamó el proyecto que dio el pistoletazo de salida para este formato irreverente que trasladó al YouTube la conversa de cuatro patas, entre chelas y piqueos.

Con la chacota por delante y un ácido ejercicio de crítica al ambiente y actualidad política y periodística, los cuatro discutían sin tregua. El impacto de Chicharrón de Prensa, que se creó en el contexto de la campaña presidencial del 2016, pasó desapercibido por los medios convencionales pero fue muy amplio en la realidad paralela de las redes sociales, con sus conductores -Carlos León Moya, Luis Davelouis, Patricia Gamarra y Miguel Villalobos (columnistas de medios escritos "formales" y un realizador y publicista) convertidos en líderes subterráneos de opinión, expresando el hartazgo frente al cinismo habitual del establishment local. 

El COVID-19 trajo un nuevo cambio en este fenómeno periodístico y de opinión política. Girando en torno al éxito e influencia de La Encerrona ("Tu Mininoticiero en Cuarentena/Pandemia"), y en el marco de la segunda vuelta electoral y la exacerbante pataleta de Keiko Fujimori, se ha generado un interesante movimiento de canales de YouTube, cuentas de Twitter ("La Liga Tuitera"), páginas de Facebook y blogs independientes, para hacer resistencia a la maquinaria pesada de Keiko y sus medios concentrados. Y lo hacen con absoluta libertad y actitud beligerante, canalizando la indignación de quienes no aceptan las intenciones de Fuerza Popular de tumbarse el proceso electoral. 

En esta nueva oferta de análisis e información destaca el canal de YouTube del politólogo Carlos León Moya (@contracultural en Twitter). Cada noche, el también columnista del semanario Hildebrandt en sus Trece, desata un torbellino de análisis estadístico, crítica en tiempo real a los medios y líderes de opinión entregados a la defensa mañosa del fujimorismo y furibundos ataques, sin ningún filtro ni concesión, a los absurdos y malintencionados operadores de Fuerza Popular. Al principio se notaba una fuerte y efectiva descarga de auténtica rabia frente al estado de cosas, una actitud punk necesaria -¿quién no quiere mandar a la mierda a Jaime de Althaus, a Vania Thays, a Beto Ortiz, a Mávila Huertas y sus invitados?- pero, en las últimas semanas la chacota -y la imperiosa obligación de responder saludos- le hacen perder tiempo reduciéndose a una catarsis sin mayor efecto concreto que el de la burla y el escapismo. Aunque, al parecer, es eso lo que más le gusta a su creciente comunidad de "followers". 

En la misma línea acaba de lanzar su canal Miguel Villalobos (@litolobo en Twitter), más conocido en el ciberespacio como Man Ray. Al aire libre -así se llama su programa nocturno en YouTube- viene ganando adeptos conforme pasan los días y usa el mismo formato y estilo de León Moya, a veces compartiendo sus públicos y apareciendo uno en el programa del otro, una suerte de trabajo conjunto que en lugar de competir, complementan y enriquecen sus respectivas audiencias.

Lo interesante de esta "Liga Electoral" es que se ha vuelto un conglomerado de periodistas que, a través del efecto multiplicador de las redes, se han vuelto una fuerza influyente, un muro de contención y una fuente de esperanza ante la aplastante y demoledora plataforma de medios alineados con Keiko Fujimori y sus intentos de hacerse del poder ninguneando y arrastrando la decisión de las urnas, la voluntad popular. 

Cómo será de grave esta situación que hasta César Hildebrandt -el verdadero padre fundador de la resistencia periodística y único sobreviviente de aquella prensa cercana a la literatura y dueña de un discurso totalmente independiente del coro monocorde de la concentración de medios-, antes reacio a todo contacto con las redes sociales, hoy ha salido de su escondite analógico con emisiones semanales (cada lunes) desde su casa-biblioteca-sala de redacción, uniéndose de forma tácita a La Liga Electoral. De hecho, muchos jóvenes adictos a los canales modernos aquí descritos podrán tener contacto con su análisis siempre certero y puntual, que no necesita, gracias a su amplio recorrido de lecturas y su experiencia- del agravio cantinero. Nadie como Hildebrandt para decirles sus verdades a los periodistas serviles y los corruptos de siempre sin lanzar una sola procacidad. 

A las cabezas más visibles -Sifuentes, León Moya, Man Ray- se unen periodistas y analistas más asociados a los medios convencionales pero que sí han sabido mantener su independencia. Así, comentaristas como Gonzalo Banda, Edison Tito (abogado conocido como "Tito Wanka") y periodistas como Glatzer Tuesta (Ideele Radio, programa online No Hay Derecho), Claudia Cisneros, Raúl Tola, entre otros, entran y salen de los diferentes espacios que son aprovechados por estos nuevos influencers políticos que hacen muy bien su trabajo pero aún no están del todo conscientes de su verdadero potencial. Otros como Juan Manuel Robles, Eduardo Adrianzén, Jacqueline Fowks, Pedro Salinas, muy activos en Twitter desde hace tiempo, también contribuyen a esta defensa de la verdad frente al atropello elefantiásico de las fake news con sus imaginativas plumas y profundas investigaciones.

La única forma de lograr que la chacota, la palomillada y la descarga de ira a través de burlas e insultos deje de ser un escapismo estéril es moderando esa intensidad para canalizarla hacia la creación de un sólido pensamiento crítico entre juventudes ávidas de diversión pero que aún no tienen muy clara la idea de que también pueden ser parte de ese cambio que intuyen necesario pero que no terminan de asumir como una responsabilidad propia de cara a su futuro. 


 

domingo, 6 de junio de 2021

SEGUNDA VUELTA: UNA CAMPAÑA DESIGUAL QUE DESNUDÓ LO PEOR DE NOSOTROS

 


A unas horas del flash electoral, el panorama es sombrío. Pero no solo por la (cada vez más remota) posibilidad de que gane la mafia, construida a pulso durante esta campaña desigual. Si no -y principalmente- por las demostraciones de pobreza espiritual, falta de empatía, discriminación disfrazada de oposición a una ideología que tuercen de manera tendenciosa o que no conocen en absoluto, complacencia/tolerancia ante la ilegalidad y profundo desprecio hacia el prójimo que han dado, sin descanso, las huestes de uno de los dos partidos en competencia.

Esas huestes están conformadas por una combinación -habría que hablar de "coalición" para darle sentido político- de reconocidos agentes y operadores de la más grande corruptela de nuestra historia reciente, empresarios (banqueros, mineros, lobbistas de todo color y pelaje), periodistas mercenarios, politólogos en alquiler, faranduleros, peloteros y un ejército deforme, desencajado y anónimo de soldaditos rasos, peruanos comunes y corrientes de todos los niveles socioeconómicos, formaciones académicas y procedencias que, por falsa identificación, complejo de autorracismo o por pura y dura ignorancia, han trabajado de forma servil e indigna, en muchos casos traicionando sus propios orígenes, para desinformar, insultar, ofender y ser comparsa útil de los objetivos oscuros de quienes buscan el poder para obtener impunidad, dinero y cancha libre para sus nuevas tropelías.

Como dijo algún columnista por ahí, en una de las últimas ediciones del semanario Hildebrandt en sus Trece, uno de los tres únicos medios que no se unieron a la aplanadora mediática proKeiko -los otros dos fueron Ideele Radio (No Hay Derecho) y las redes sociales, a través de diversos activismos individuales-, este proceso ha ocasionado que caigan muchas caretas, haciendo visible el sarro profundamente racista y de discriminación de clase que, en tiempos normales, quedaba convenientemente oculto ante la no necesidad de escarbar de manera cotidiana sobre estos temas.

La altisonancia que muchos ciudadanos de a pie hemos visto y padecido en nuestras redes sociales personales -y en la cual, inevitablemente, también hemos caído por la ferocidad de ataques sumamente virulentos y argumentaciones ridículas, ante los cuales resultaba imposible callarse- nos ha mostrado el lado más oscuro de amigos de barrio, ex compañeros de colegio y universidad, familiares y conocidos ocasionales que antes pasaban como personajes sencillos, como uno, con idea(le)s que podían ser idénticos, parecidos, ligeramente distintos o incluso radicalmente opuestos a los nuestros, pero en ningún caso estaban reñidos con el sentido común o con la decencia.

Personas a las que uno creía conocer por haber sido parte de nuestra infancia, adolescencia, formación académica o vida laboral pero que recién ahora exhiben la clase de adultos en la que se han convertido: individuos manipulables, prepotentes, insensibilizados y dispuestos a enlodarse con tal de defender a su candidata. Que se han dedicado a difundir mentiras (fake news), terruqueos y toda clase de miedos inexistentes, actuando repetidoras impagas de esos desagües de Willax TV y el Grupo El Comercio, con sus distintos instrumentos (des)informativos, cuidadosamente segmentados y repartidos en televisión, medios impresos e internet.

Unos lo hicieron disimuladamente, disfrazando sus ataques a través de memes "divertidos", chistes y burlas de uno y de otro lado, pero bastaba con ver la animosidad hacia Castillo para detectar sus verdaderas intenciones. Pero hubo otros que, sin vergüenza alguna, desataron una guerra en chats privados y grupos de WhatsApp con ironías lacerantes, adjetivos de grueso calibre y calificativos que denotaban, por igual, su agresividad y su ignorancia: "chavista", "terruco", "rojete"... Y cosas peores.

En su frenesí por convencer, primero, y atropellar, si ya no podían jalar para su bando a sus interlocutores, a estos extraños peruanos no les ha pesado poner en riesgo sus amistades y afectos en aras de defender un "modelo" político y económico perverso, que equivocadamente consideran provechoso para el futuro del país, poniéndose así de espaldas a la historia y a todo aquello que no ocurra en sus casas y trabajos.

Coincido con quienes dicen que, en estos casos extremos, uno no debe tener miedo a pelearse. Inclusive replantear relaciones que, hasta ahora, no parecían ser tóxicas. Pero, si algo de ti se rebela por andar conversando con personas capaces de abrazar delincuentes y considerarlos "lo mejor para el país", es hora de ir filtrando a esas amistades y realizar una limpieza. ¿Acaso invitarías a pasar a la sala de tu casa a quien te arrastró a ti, a tu pareja, a tus padres, para robarles el celular? ¿Te tomarías una copa de vino con quien estafó a tu hijo o acosó sexualmente a tu hija?

Si mantienes contacto con gente a la cual ya tenías medida, porque la conoces desde hace mucho tiempo y ya sabes, más o menos, cómo piensan o de qué pies cojean, con la cual no interactuabas tanto como en los últimos dos meses, puede ser que después de esta noche retomes esa superficialidad, ese trato cordial pero distante, ocasional. Después de todo, tus amigos o parientes no tienen  por qué pensar igual que tú. Claro está, si esas personas no excedieron los límites al momento de discutir o intercambiar opiniones políticas.

Pero si en estos días te sorprendiste por el alto octanaje de idiotez, ignorancia e intolerancia que mostraron algunos de tus "amigos" de Facebook de los cuales no te esperabas tales majaderías, borrarlos de tu red social es equivalente a abrirte a la acera del frente si ves a dos raqueteros dispuestos a cerrarte el paso para asaltarte. Y si fueron ellos quienes te eliminaron, siente el mismo alivio que sentirías si una cucaracha se te sube al brazo y te la quitas de encima, antes de pisarla.

Una de las más sorprendentes paradojas que nos ha dejado este proceso es la dicotomía del “voto ignorante” versus el “voto culto”.

La irracionalidad de los votantes promedio de Keiko Fujimori -limeños o habitantes de capitales de región, profesionales de universidades privadas, nuevos ricos- los llevó a tachar a los votantes de Pedro Castillo de IGNORANTES, en parte por la torpe asociación de ideas que hacen al ver en el candidato de Perú Libre a un profesor rural, cuyo desempeño retórico no responde a los estándares de una sociedad centralista con elementos que se creen más que los demás solo por haber nacido en la capital o por no ser quechuahablantes (aunque eso no los libre a muchos de manejar pésimamente el español, sin consecuencias ni críticas de ningún tipo). Y, por oposición, presentaban su voto por Fuerza Popular como el voto CULTO o INFORMADO. Además, por añadidura, también se adjuntaban otras categorías como voto MODERNO, voto INTELIGENTE, voto CIVILIZADO, descendiendo en la escala de la discriminación y la superioridad de los beneficios de clase que quieren disfrazar de discusión ideológica (libertad versus opresión, democracia versus dictadura, capitalismo versus comunismo)´.

Sin embargo, revisando las dos últimas semanas de esta segunda vuelta, vemos que en torno a Pedro Castillo se congregaron colectivos de historiadores, ingenieros, economistas, filósofos, artistas de la música folklórica, el teatro y el audiovisual, científicos peruanos que trabajan como catedráticos en el extranjero. Individuos muy poco conocidos pero, algunos, con amplias trayectorias de trabajo intelectual y académico, a quienes difícilmente se les podría endilgar el membrete de ignorantes.

Y, en la orilla de Keiko Fujimori, ¿a quiénes nos encontramos? A dos de las mujeres más nocivas yn escasas de la televisión en los últimos 30 años –Gisela Valcárcel y Magaly Medina, solo faltaba Laura Bozzo- cuyos contenidos empezaron mal y hoy son la peor basura que uno pueda imaginar. A los monos y monas descerebrados de Esto Es Guerra, incluyendo a sus conductores Johanna San Miguel y GianPiero Díaz, balbuceando bravatas de miedo (terrorismo, comunismo, que no te roben la libertad). A los futbolistas de la selección peruana, quienes no se caracterizan necesariamente por sus credenciales intelectuales (de hecho, circulan rumores de que a “Jeffrey”, acostumbrado a las juergas con bataclanas y a burlarse del himno nacional, le habrían pagado 100,000 dólares para grabar ese video que ha ensuciado, para siempre, la casaquilla de la que otrora fuera “la selección de todos”. Entonces ¿cuál voto es el culto y cuál el ignorante? No es muy difícil la respuesta.

Pero lo más duro y triste es el racismo o, mejor dicho, la profunda discriminación y desprecio hacia la identidad nacional que toda esta maquinaria está dejando, como una espesa sanguaza, en el entramado social peruano. Que además está fuertemente marcada por la hipocresía. Porque nadie lo dice abiertamente pero acá lo real es que muchos de los que acusan a Pedro Castillo y lo tildan de ignorante, radical, ligado al terrorismo y todo lo demás, tienen miedo de que un hombre común y corriente, serrano, nacido y criado en las alturas cajamarquinas, sin ningún vínculo con la política o la academia manejada desde Lima, llegue a ser Presidente de la República. Por eso se burlaron, despreciativa e irracionalmente, de su acento, de su español atropellado, de su léxico incompleto, de la formación ineficiente que el mismo Estado le dio.

Pero les es más fácil fingir que se preocupan por el retorno del terrorismo o de la instalación de un modelo económico chavista que aceptar que sienten repulsión frente a la posibilidad de que una persona de sus características ostente el más alto cargo político del país, cuando han crecido pensando que las personas de la sierra solo pueden venir a la capital a ser heladeros, obreros de construcción civil, conserjes, maestros de escuela pública. La pregunta es: ¿es posible una reconciliación después de tantos insultos, después de tanto terruqueo, después de tanto serraneo? ¿Estarán los votantes del partido perdedor a la altura de las circunstancias? Yo, personalmente, lo dudo. Y mucho.

A estas alturas, es casi un hecho que Pedro Castillo será el Presidente del Bicentenario. Habrá que ayudar, desde donde nos toque, y estar atentos, si el caso lo requiere, para corregir rumbos equivocados, aun cuando no sean ni la más mínima parte del terror económico y político que esas huestes naranjas han logrado instalar en casi la mitad del Perú, sobre todo en los sectores urbanos.

Se trata de un peruano de 51 años que nació sin la más mínima oportunidad de nada, en un pueblo hermoso pero olvidado y lejano, que se hizo profesor y sindicalista, quizás el aspecto que más cuestionamientos podría generar y que, sospechosamente, no ha sido del todo estudiado. Después de todo, esa experiencia como dirigente magisterial es la que lo asocia con la búsqueda de trato justo para un gremio de trabajadores, algo que no cuadra mucho con el perfil violentista descrito por la concentración de medios. Y que probablemente nunca pensó llegar a estas instancias. Y eso, a punto de llegar a una fecha tan emblemática como la del Bicentenario de nuestra independencia, tiene algo de poético. Como también tiene de poético el hecho de que, de ganar Pedro Castillo, habría derrotado a la maquinaria pesada del fujimorismo y sus medios, sus líderes y lideresas de opinión, sus conciertos con pantallas LED y sus paneles millonarios, no con una mortal arma de fuego sino con un inofensivo lápiz.

lunes, 8 de febrero de 2021

CANCIONES ROMÁNTICAS: EN PELIGRO DE EXTINCIÓN


"Te amo desde el primer momento en que te vi, hace tiempo te buscaba y ya te imaginaba así. Te amo...". Esta frase pertenece a una de las baladas más conocidas del cantautor venezolano Franco de Vita (Te amo, 1988), y encarna el espíritu de la canción romántica esencial, creíble: letra que describe sentimientos profundos y pueriles, melodía cadenciosa y suave, voz desgarrada y conmovedora.

Freddie Mercury, rockero británico, extravagante y excesivo líder de Queen, cantaba a estadio lleno, ante 50 mil almas: !Love of my life can't you see? Bring it back, don't take it away from me because you don't know what it means to me" ("Amor de mi vida ¿no puedes verlo? tráelo, regresa, no lo alejes de mí porque no sabes lo que significa para mí...", 
Love of my life, 1975). Los mismos elementos -emoción, profundidad, melodrama- se conjugan en perfección romántica. 

Escuchando las babosadas sexistas y mononeuronales que hoy aplauden los adolescentes, en “canciones” como las de Maluma, Romeo Santos, Shakira o cualquiera de sus afines, uno se pregunta: ¿Cuándo pasó de moda el amor en términos musicales?

Quizás las sociedades de antes, cautivadas por los tormentosos romances de la historia, la literatura clásica, la ópera, el cine y las telenovelas, y sin la contaminación del consumismo salvaje que actualmente domina todas las interacciones humanas, se dejaban llevar por sus emociones sin avergonzarse. 

O será que la modernidad materialista se encargó de arrancarle a la humanidad esa careta falsa de romanticismo para que pueda entregarse, con absoluto cinismo, a la ansiedad práctica e inmediatista de los emparejamientos pasajeros concentrados en una sexualidad epidérmica y comercializada por los medios de comunicación, los contratos matrimoniales donde se discuten más patrimonios que sentimientos y las relaciones “serias” en las que la estabilidad depende de un cuidadoso -y a veces psicópatico- juego de roles, intereses y conveniencias.

No lo sabemos. Lo cierto es que hoy Franco de Vita, Freddie Mercury o cualquier otro de los tantísimos creadores e intérpretes de música popular romántica occidental del pasado difícilmente tendría éxito masivo hoy con esta clase de canciones. Los más culturosos los acusarían de “cursis”, mientras que la oceánica masa de jóvenes que deliran por reggaetoneros, latin-poperos o bachateros con pinta y labia de sicarios simplemente pasaría de largo al escuchar estas declaraciones de amor musicalizadas para vivir un rato felices los cuatro buscando hombres mayores que les abran las puertas y les traigan flores. O cosas peores.

La extinción de la canción romántica no es total gracias a que aún hay quienes disfrutan de su auténtica belleza. Cómo no emocionarse, por ejemplo, escuchando aquellos boleros de Los Panchos, los lamentos de Lucho Gatica o Daniel Santos, las sutiles canciones de Carpenters o las grandiosas baladas de la era dorada del pop hispanoamericano, en que surgieron grandes intérpretes como José José, Nino Bravo, Camilo Sesto, Rocío Durcal, Isabel Pantoja, José Luis Rodríguez, José Luis Perales y tantos otros. 

La devaluación del sentimentalismo musical tiene que ver con los excesos y fórmulas en los que cayeron varios artistas durante los ochenta, en inglés y en español, lo cual fue tomado como pretexto para descalificar todo un género que ha unido, con sus letras intensas -desde las infantiles hasta las sugerentes- y sublimes instrumentaciones, a millones de parejas genuinamente enamoradas. Pero si bien esos disfuerzos existieron, no justifican el encanallamiento que padecemos actualmente, comprobable con solo darle una vuelta a las emisoras de moda.

Hace treinta o cuarenta años, en la era del cassette, uno de los regalos más comunes entre las (no tan) inocentes parejas universitarias e incluso escolares era una cinta con canciones especialmente seleccionadas que se intercambiaban como demostración de afecto. No podían faltar Air Supply, Chicago, Journey, Billy Joel, Elton John, Bee Gees. También entraban Nino Bravo, Raphael, Dyango y Mocedades. Hasta finales de la década de los noventa llegaban buenas canciones celebrando al amor: las viñetas poéticas de Juan Luis Guerra, uno que otro tema de artistas juveniles como Luis Miguel o Cristian Castro. O las emotivas baladas de Celine Dion y Laura Pausini, solo por mencionar algunos nombres, que continuaban la larga tradición de música popular romántica.

Incluso géneros como la salsa, el heavy metal y la trova insertaban el romanticismo en medio de sus temas habituales. Así tenemos poesías de Pablo Milanés, Joan Manuel Serrat o Luis Eduardo Aute; power ballads de Bon Jovi, Poison o Warrant; rítmicas confesiones de Rubén Blades, Willie Colón o Willy Chirino. Más allá de preferencias específicas, es innegable que todas estaban en las antípodas del abyecto mal gusto que hoy difunden las radios populares. 

Este domingo es el Día de San Valentín, uno muy diferente a causa de la pandemia. Y, en ese sentido, escuchar y, como ya es costumbre, abundarán las promociones comerciales que nada tienen que ver con ese sentimiento que, cada vez más desprestigiado, aún persiste en aquellas parejas que se expresan lo que sienten a través de una canción sin acomplejarse. Aunque estén en extinción, las canciones de amor abren pecho a la muerte y despeñan su suerte por un tiempo mejor, por quien merece amor (Silvio Rodríguez, 1982).


viernes, 1 de enero de 2021

IN MEMORIAM: LOS GRANDES MÚSICOS QUE SE FUERON ESTE 2020


UNA BREVE INTRO

Es una tradición inevitable esto de hacer recuentos cada vez que se acaba un año: las frases, las noticias, las imágenes que marcaron este ciclo de 12 meses que ayer llegó a su final van circulando por medios e internet. 

En el tema de la música popular, como ocurre también en otras manifestaciones artísticas como la literatura, el cine o las artes plásticas –solo por mencionar las más populares- este recuento nos viene dejando una idea clara, desde hace prácticamente una década: estamos asistiendo a la desaparición física de aquellos creadores que fueron referentes de diversas épocas y estilos. 

Para quienes consideramos la música como parte fundamental de la vida, esto constituye un serio golpe a la sensibilidad de un mundo cada vez más corroído por la viruta de lo banal, lo grosero y lo burlesco. Se van los talentosos, los creativos, los referentes. Se quedan los reggaetoneros, la farándula local.

Este año, para colmo de males, tenemos un nuevo componente letal: el coronavirus, que además de tener entre sus miles de víctimas a importantes músicos de todo el mundo, mató esos rituales emocionantes, multitudinarios, los conciertos. El impacto económico, cultural y anímico de ese asesinato perpetrado por el COVID-19 no tiene perdón. 

MÚSICA Y COVID: PRIMERA LÍNEA 

Como no podía ser de otra forma, a partir del mes de marzo del 2020 aumentaron las noticias de extraordinarios músicos que morían víctimas del COVID-19. La última de ellas, ocurrida el 28 de diciembre, hace apenas unos días, llenó las pantallas de canales y páginas web. Armando Manzanero, el último gran compositor de boleros románticos, falleció por complicaciones del virus de Wuhán. Tenía 86 años.

El listado de luminarias musicales que sucumbieron al COVID-19 incluye, por ejemplo, al pianista norteamericano Ellis Marsalis (1 de abril, 85), padre de Brandon, Delfeayo y Wynton; el camerunés Manu DiBango (24 de marzo, 86), compositor del himno afrobeat Soul Makossa (1972), usado luego por Michael Jackson para su hit Wanna be startin’ something del álbum Thriller (1983) y reactualizado por Rihanna en Don’t stop the music, una de las canciones pop más escuchadas del 2007. 

También fallecieron de coronavirus el saxofonista de jazz Lee Konitz (15 de abril, 92); el bajista británico de new wave Matthew Seligman (17 de abril, 64); que trabajó con los Thompson Twins, David Bowie, entre otros; el guitarrista de jazz Bucky Pizzarelli (9 de enero, 94); y el norteamericano Trini López (11 de agosto, 83), famoso por su éxito de 1963 If I had a hammer. Las leyendas del country John Prine (7 de abril, 73) y Charley Pride (12 de diciembre, 86) engrosaron esta lista de caídos a causa del COVID-19.

Pero quizás la muerte por coronavirus que más impactó al mundo de la música fue la del cantautor, poeta y cineasta filipino-español Luis Eduardo Aute, ocurrida el 4 de abril, a los 76. Con una carrera que superó las cuatro décadas, Aute fue proveedor de enigmáticas y sensuales canciones que se instalaron en la memoria colectiva de los amantes de la nueva trova, alternando siempre con los grandes de este género. Serrat, Sabina y, en especial, Silvio Rodríguez, fueron sus grandes amigos y colegas.

Lo más triste es que todos estos grandes artistas no han podido recibir, de sus familiares, amigos y fans alrededor del mundo, las despedidas que merecían, debido a los necesarios protocolos sanitarios en materia de velorios y demás. Y eso aplica tanto para el coronavirus como para otras causas de muerte. 

EL ROCK DE LUTO: GRANDES NOMBRES

Pero hubo más lamentables e irreparables pérdidas este año, más allá de la trágica cuota viral. El universo del rock ha sufrido varias bajas este infausto 2020 que, por fin, ya se fue. 

Las más resonantes fueron las de Little Richard (9 de mayo, 87), uno de los padres fundadores del rock and roll, autor de clásicos como Long tall Sally, Tutti frutti, Good golly Miss Molly y tantos otros; el genio holandés de la guitarra eléctrica Eddie Van Halen (6 de octubre, 65), a causa del cáncer; Peter Green (25 de julio, 73), histórico guitarrista de blues británico que fundó Fleetwood Mac a finales de los 60 y fue considerado entre los mejores de su generación, junto a Eric Clapton, Jeff Beck y Jimmy Page; y Neil Peart (7 de enero, 67), extraordinario baterista y escritor canadiense de la banda Rush. 

También nos dejaron Florian Schneider, de la banda alemana de krautrock y pioneros de la electrónica Kraftwerk (30 de abril, 73); Andy Gill (1 de febrero, 64), del combo post-punk Gang of Four; y dos integrantes originales de la influyente banda británica de hard-rock UFO, el bajista Pete Way (14 de agosto, 69) y el guitarrista Paul Chapman (9 de junio, 66). Otro legendario grupo de hard-rock y progresivo inglés, Uriah Heep, perdió este año a dos de sus miembros fundamentales, el cantante, tecladista y guitarrista Ken Hensley (4 de noviembre, 75) y Lee Kerslake (19 de septiembre, 73), baterista que también trabajó con Ozzy Osbourne en los ochenta. El 19 de octubre fallecieron Tony Lewis (62), bajista y cantante de la banda ochentera The Outfield; y Spencer Davis (81), músico de blues y psicodelia sesentera. 

ESTRELLAS POPULARES E ÍCONOS DE CULTO

Ronald "Kool" Bell, saxofonista fundador de Kool & The Gang, popular, exitoso e influyente colectivo de funk y R&B (9 de septiembre, 68); la estrella del country-pop Kenny Rogers (20 de marzo, 81); Lyle Mays, extraordinario compositor y tecladista de jazz moderno, lugarteniente de Pat Metheny (10 de febrero, 66); los músicos de rock progresivo Keith Tippett, pianista (14 de junio, 72), Gordon Haskell, bajista (15 de octubre, 74) y Bill Rieflin, baterista (24 de marzo, 59) -los tres del álbum familiar de King Crimson-; el bajista y cantante de los reyes del glam-rock The Sweet, Steve Priest (4 de junio, 72) cuya voz oímos en el poderoso Ballroom blitz (1973); y la leyenda del country y el bluegrass Charlie Daniels (6 de julio, 83). Ese mismo día fallecieron el baterista norteamericano de jazz Joe Porcaro (90), padre de Jeff, Mike y Steve, del grupo Toto; y el extraordinario compositor italiano de soundtracks Ennio Morricone (91).

También nos dejaron este 2020 el baterista de heavy metal ochentero, del grupo Quiet Riot, Frankie Banali (20 de agosto, 68); la vocalista Genesis P-Orridge (14 de marzo, 70), fundadora de Throbbing Gristle, uno de los colectivos musicales y artísticos más controversiales de la era moderna; y el cantante de soul Bill Withers (30 de marzo, 81), inolvidable por sus éxitos Ain't no sunshine (1971), Lean on me (1972) y Just the two of us (1981), grabado con la banda del saxofonista de smooth jazz Grover Washington Jr. El hermano de Carlos Santana, Jorge, también guitarrista, que se paseó entre el rock y la salsa con su grupo Malo, murió a los 68, el 14 de mayo. Alan Parker, cineasta asociado a la música por haber dirigido, entre otras, Fame y The Wall, nos dejó el 31 de julio, a los 76 años.

Hace apenas una semana, el 22 de diciembre, supimos de la muerte de Leslie West (75), guitarra y voz de Mountain, icónica banda norteamericana de hard-rock y blues. West, uno de los animadores del Festival de Woodstock, fue un guerrerazo que incluso siguió tocando tras perder una pierna, en el 2011, a causa de la diabetes. 

OBITUARIOS DE LA MÚSICA EN ESPAÑOL

En la música en nuestro idioma, además de Manzanero y Aute, lamentamos la muerte del guitarrista y cantante español Pau Donés (9 de junio, 53), líder de la banda pop-rock Jarabe de Palo, muy querido por el público por sus canciones positivas y su sonido que combinaba lo flamenco con lo latino; el guitarrista y cantante argentino Juan Carlos Saravia (17 de enero, 89), integrante de Los Chalchaleros, los reyes de la zamba y la chacarera; el bolerista mexicano Benjamín "Chamín" Correa, voz y viola de Los Tres Caballeros (14 de enero, 91); el bachatero tradicionalista dominicano Víctor Víctor (16 de julio, 71); y los baladistas argentinos Juan Ramón (30 de julio, 80), estrella de la nueva ola, y Sergio Denis (15 de mayo, 71), famoso en los años ochenta. 

Por el lado de la música pop de los ochenta, nos enteramos de dos lamentables y trágicos fallecimientos: el mexicano Xavier Ortiz (7 de septiembre) y el venezolano Anthony Galindo (2 de octubre), ex integrantes de las exitosas agrupaciones juveniles Garibaldi y Menudo, se suicidaron a los 48 y 41 años, respectivamente. 

La salsa también perdió importantes figuras este año maldito: Carlos "Cano" Estremera (28 de octubre, 62), sonero de barrio, cómplice de Bobby Valentin; el conguero Andy Gonzales (9 de abril, 69), muy activo en el latin-jazz; el pianista y arreglista Joe "The Professor" Torres (13 de abril, 76), del staff de la Fania Records; y Frankie Lebron, percusionista de The Lebron Brothers, orquesta de culto de salsa dura y boogaloo (9 de septiembre). Recientemente, el popular cantante de salsa romántica Tito "El Gallo" Rojas también se mudó "al otro barrio" como suele escribir Rubén Blades cada vez que se despide de sus colegas. Fue el 26 de diciembre, a los 65. 

En nuestro país perdimos a la importante cantautora e investigadora del folklore criollo, negro y andino Alicia Maguiña (14 de septiembre, 81); los músicos de huayno Eusebio "El Chato" Grados (16 de mayo, 66), Wilfredo Quintana Alfaro de Los Campesinos, y el legendario guitarrista ayacuchano Manuel Silva "Pichinkucha" (9 y 10 de junio, respectivamente). Otros guitarristas del ambiente criollo tradicional, Adolfo Zelada (96) y Víctor Dávalos (93) del dúo arequipeño de yaravíes y valses Los Dávalos, partieron el 14 de enero y 12 de abril, respectivamente.

Pero quizás la muerte más lamentada en el ambiente musical peruano fue la de Gerardo Manuel Rojas (4 de julio, 73), profundo conocedor e historiador del rock que condujo, durante décadas, Disco Club, programa de televisión pionero en la transmisión de videoclips, que educó el oído de varias generaciones. También quiso ser intérprete, aunque no contaba con mucho talento en ese terreno, y fue parte de importantes grupos de los sesenta como Los Shain's, Los Doltons o sus propios emprendimientos rockeros Gerardo Manuel y El Humo o The St. Thomas Pepper Smelter, muy populares en el Perú de entonces. 

SIGUEN FIRMAS...

Las partidas de Marcos Mundstock (22 de abril) y Terry Jones (21 de enero) dejan al mundo con menos razones para reír. El primero, la inconfundible voz de Les Luthiers. El segundo, creador de las alucinadas sátiras de Monty Python. De países enfrentados por la guerra -Argentina e Inglaterra- unieron al mundo a través de la cultura. Ambos hicieron de la música humorística un género que fue, a la vez, elegante, divertido, agudo y crítico, no apto para esta generación de comicidad primitiva, exhibicionismo barato y grosería institucionalizada. Ambos dejan un legado entrañable que no merece el olvido. Ambos tenían 77 años al morir.

El canadiense André Gagnon compuso Wow (1975), un tema instrumental de la era disco, con un inicio de congas, bajo y acordes de guitarra wah-wah que caracterizó y sirvió de cortina, durante años, a los programas deportivos y transmisiones futbolísticas de Canal 4 (América Televisión). Falleció a los 84 años, el pasado 3 de diciembre.

En el mundo de la música clásica y académica, despedimos a la soprano italiana Mirella Freni (9 de febrero, 89); el guitarrista británico Julian Bream (14 de agosto, 87); el pianista italiano Marcelo Abbado (4 de junio, 93); y el compositor vanguardista polaco Krszysztof Penderecki (29 de marzo, 86). Para quienes deseen escuchar algo de este último, les recomiendo los recitales que grabó la vocalista de Portishead, Beth Gibbons, con orquesta sinfónica, el año pasado en Londres. Para caerse de espaldas.

Más personalidades de la música que debemos recordar: Fred "Toots" Hibbert, de las leyendas del reggae Toots & The Maytals (11 de septiembre, 77); Ivan Kral, bajista checo de la primera banda de Patti Smith (2 de febrero, 71); las leyendas del jazz clásico McCoy Tyner, pianista (6 de marzo, 81), Jimmy Heath, saxofonista (24 de mayo, 93) y Jimmy Cobb, baterista (19 de enero, 91); Marc Fosset, guitarrista francés del grupo progresivo Magma (31 de octubre, 71); Helen Reddy, cantante norteamericana de country-pop y baladas (29 de septiembre, 78); Gary Peacock (4 de septiembre, 85), contrabajista que tocó junto a Keith Jarrett durante 25 años; Benny Mardones, cantante de soft-rock y pop (29 de junio, 73); Tony Allen (30 de abril, 79), baterista nigeriano y colaborador de Fela Kuti en Africa '70; Ryo Kawasaki (13 de abril, 73) guitarrista japonés de jazz; Gabi Delgado (22 de marzo, 61), músico español de la vanguardia electrónica; y los famosos productores de rock y pop Martin Birch (9 de agosto, 71) y Keith Olsen (9 de marzo, 74), que han estado detrás de los éxitos discográficos de artistas como Grateful Dead, Heart, Journey, Deep Purple, Rainbow, Whitesnake, Iron Maiden y un larguísimo etcétera.

miércoles, 23 de diciembre de 2020

ROMPAN TODO: LO BUENO, LO MALO Y LO FEO


LO BUENO

A contramano de la enorme desconfianza que me generaron las campañas de pre estreno de Rompan todo (Picky Talarico, 2020), con las que el gigante del streaming Netflix bombardeó durante semanas a los medios y redes sociales antes del 16 de diciembre, es necesario decir que, con todas sus carencias, superficialidades, omisiones y reduccionismos, se trata del primer intento formal de hacer una crónica sobre el rock latinoamericano. 

Como tal, adquiere un valor inalienable a su naturaleza pionera, un resultado que probablemente no estaba entre las principales intenciones de sus realizadores (rating, publicidad para determinados artistas, figuración) pero que, una vez vista la serie, sería injusto no reconocer.

El documental es entretenido, con buenas e interesantes imágenes de archivo de distintos momentos y artistas en sus inicios, así como contextos sociopolíticos de las décadas cubiertas. Y, aun cuando resulta muy insuficiente, disperso y superficial, logra conectar con un aspecto emocional y nostálgico que lo hace atractivo al público en general. Los primeros tres capítulos recorren, a paso redoblado por cierto, la trayectoria del rock en nuestro idioma desde fines de los 50 hasta la convulsionada década de los 70, marcada por dictaduras y luchas sociales. 

Le hacen justicia a los pioneros mexicanos -Los Teen Tops, Los Locos del Ritmo- y argentinos -El Club del Clan, Los Gatos- dando cuenta de un hecho que no todos tienen muy presente hoy en día: que el rock en español es tan antiguo como el rock anglosajón. Casi paralelos. Sus evoluciones son, por supuesto, diferentes, lo mismo que sus alcances, calidades e importancias. Pero es bueno recordar que no es un producto secundario sino una respuesta auténtica del hemisferio sur a aquella corriente de nueva música popular nacida en los Estados Unidos en 1955, en los pies de Elvis Presley y Bill Haley, en la guitarra de Chuck Berry y los gritos de Little Richard.

También es bueno recordar las épocas ochenteras en que un pre adolescente podía escuchar, en Perú, Ecuador, Nicaragua o Bolivia, en la programación de una radio cualquiera, canciones de bandas como Sumo, Caifanes, Soda Stereo, Enanitos Verdes, Charly García, Virus, El Tri, Los Violadores, Los Toreros Muertos o Los Prisioneros, entrenando su oído con canciones en un ritmo rebelde con letras en su propio idioma, un hecho enternecedor de profunda conexión emocional con cierto público afecto a lo retro, no solo como pose hipster y sofisticada, como diría Simon Reynolds, sino como una verdadera añoranza de tiempos mejores. Fue un tiempo dorado, el último quizás, en que los medios convencionales ofrecían opciones más allá de lo popular o lo folklórico que educaron, de manera inconsciente, el oído, la sensibilidad y la capacidad de apreciación musical y artística de toda una generación. Algo que dejó de ocurrir a partir de los noventa y que hoy, simplemente, no existe. 

LO MALO

El principal reproche a Rompan todo -título que alude tanto al grito de guerra que lanzó el argentino Billy Bond en 1972 como al single del mismo título de Los Shakers de Uruguay, de 1965, que se lanzó en versión en inglés como Break it all- es que se autodenomina a sí mismo como "La historia del rock en América Latina". De hecho, ni siquiera estas dos situaciones, que inspiraron del nombre de la serie, son contadas con un mínimo nivel de detalle, apenas un par de menciones durante los dos primeros capítulos. Tampoco vuelven a usarse nunca más como hilo conductor o unificador de la investigación, desde un punto de vista historiográfico. 

Pero el subtítulo de Rompan todo no solo es pretensioso sino que además resulta inexacto ya que no va más allá de lo convencional, tocando de manera ultra superficial apenas algunas aristas del rock latino no comercial, poco exitoso en términos de ventas/fama e ignorando por completo escenas underground y géneros no masivos como el metal, el punk o la electrónica, tan o más importantes que las fusiones de moda, mucho más cercanas al latin pop e incluso del odioso reggaetón, que del rock y su multiforme escala de subgéneros. 

Es cierto que Argentina, México y Chile, en primer lugar; y Colombia y Uruguay en segundo; fueron los países donde surgieron los padres fundadores del rock latinoamericano, tanto a nivel histórico como de éxito, pero no es ni por asomo lo único que ocurrió en la región, hablando de rock, su evolución y diversidad. 

Por otro lado, hay una confusión -que puede ser también considerada un error, una impericia-, un divorcio entre lo que se anuncia en el título y lo que finalmente se ve: Una verdadera "historia del rock en América Latina" debió incluir, por fuerza, a Brasil, de donde salieron personajes como Os Mutantes, Rita Lee, RPM, Os Paralamas do Sucesso, Barão Vermelho y muchos otros, antes, después y ahora. En todo caso, debió decirse que era "la historia del rock en español" (para eximirse de estudiar a la escena carioca). Pero entonces la ausencia de España habría sido imperdonable (se menciona solo de manera transversal, como observadores de lo que pasaba en los países centro y sudamericanos que abarca el documental).

Si nos dedicáramos a pensar en nombres de grupos, músicos individuales o hechos que no aparecen en Rompan todo, la lista sería interminable. Creo que por ahí no va la cosa. Pueden ser desilusionantes ciertas ausencias pero ese es predio del documentalista y su equipo, quienes deciden qué va y qué no. Ahí notamos la intención y la capacidad de los realizadores. Y, claramente, la cortedad de miras es más que evidente.

En redes se habla de que es el sesgo de las grandes disqueras el que predominó. Parece innegable al comparar: Sony, BMG, EMI, Polygram, Warner, las gigantes, lanzaron los discos más importantes y vendedores de las talentosas bandas mencionadas hasta la década de los 90. También se critica el autobombo de Gustavo Santaolalla, aun cuando sus merecimientos son también innegables (además es el productor del documental ¿qué querían?). E incluso hay quienes encuentran intenciones veladas y conspiraciones de control político. No es para tanto.

Que Rompan todo no es un documental para  la comunidad de eruditos, eso es irrefutable. Pero sí se le reclama no dar una visión más redonda de la historia que presentan como definitiva. Hay infinidad de observaciones pero una que aun no he visto reflejada en las críticas publicadas hasta ahora es la siguiente: No hacen ningún esfuerzo por ligar al rock latino con el anglosajón. Solo recogen el testimonio –muy valioso, por cierto- de David Byrne (Talking Heads), reconocido admirador de los ritmos ajenos a su cultura. Pero omiten groseramente a otros personajes del rock mundial como Phil Manzanera (Roxy Music) o Adrian Belew (King Crimson, David Bowie) que han trabajado muy de cerca con bandas de nuestra región.

LO FEO

La inclusión, entre los entrevistados, de artistas modernos como Mon Laferte (Chile), Bomba Estéreo (Colombia), Los Amigos Invisibles (Venezuela), Zoé (México) o René “Residente” Pérez (Puerto Rico), implicando que lo que hacen es la continuación natural del rock embrionario de Almendra, Arco Iris, El Tri o Los Jaivas es un insulto a la inteligencia. Y amenaza con echar por tierra lo aceptable que hay en los capítulos anteriores. Ya que aparezcan Maná, Julieta Venegas o Juanes, con orígenes en el rock pero absorbidos luego por la onda latin pop, más vigente y rentable, es discutible pero puede explicarse en el contexto de lo que pretende ser una historia de horizontes amplios, capaz de contener a tirios y troyanos. Pero entre eso y Calle 13 hay una grosera desvinculación.

El problema está en que, con un marco teórico tan confuso y esa vocación por mostrar todo a la carrera, saltándose con garrocha tantas cosas para ahorrar tiempo y presupuesto (aunque plata no falta en Netflix) Rompan todo termina poniéndose en riesgo de ser visto como un producto ligero, "la historia del rock latino for dummies" en lugar del trabajo audiovisual definitivo sobre este fascinante tema que abarca, como la vida misma, lo social, lo político, lo artístico, lo cultural, que pretende ser.


domingo, 6 de diciembre de 2020

ÇUKUR: LA FAMILIA LO ES TODO


"La familia lo es todo" es -o debería ser - el subtítulo de Çukur (Pozo), serie turca de acción y mafias estrenada en el 2017 y que ya va por su cuarta temporada. En sus más de 100 capítulos, entre las intrigas, los planes delincuenciales y las espectaculares peleas, balaceras y ajustes de cuentas, el tema de la lealtad entre hermanos y la devoción, casi culto religioso, hacia padres y madres (elementos comunes en todas las historias de este tipo) une la trama y le da basamento emocional, un sustrato de profunda sensibilidad que le confiere sentido hasta a los crímenes más atroces, desprovistos de toda humanidad. 

Aunque el éxito de la industria televisiva de Turquía en América Latina se fundamenta mayoritariamente en la fascinación que producen los actores en el público femenino (que podríamos equiparar, en ciertos círculos y redes sociales, a la que producen las actrices y "cantantes" latinas en públicos masculinos norteamericanos y europeos), está claro que en este país euroasiático las compañías productoras y realizadores no solo piensan en historias románticas basadas en clichés para explotar el atractivo físico de sus galanes. 

Sin dejar de cultivar ese rentable género novelero, sus equipos de guionistas también desarrollan libretos de corte cómico (no muy difundido entre nosotros aún), histórico y de acción, con trabajos audiovisualmente impecables y actuaciones de primer nivel. Çukur se inscribe, desde luego, en el género de acción y lo hace con efectivos resultados, sin caer en el facilismo de la escatología o el exhibicionismo gratuitos ni en la exacerbación morbosa de situaciones en la que caen, normalmente, series occidentales "de diseño" como La casa de papel (Netflix) o como la retahíla de contenidos soft-porn que usualmente es pasada de contrabando en las series policiales basadas en los tristemente célebres narcotraficantes colombianos, mexicanos o cubanos-norteamericanos afincados en Miami. 

Como decía al principio, el tema central de Çukur es la familia. El clan de los Koçovalı -versión turca de los Corleone o los Soprano-, dedicado a la venta ilegal de armas, tráfico internacional que podemos imaginar íntimamente ligado a movimientos terroristas que operan en esa convulsionada zona (Afganistán, Armenia, Pakistán, Siria), tiene control absoluto sobre un barrio ubicado en las entrañas de Estambul, conocido como "el pozo". El patriarca de los Koçovalı, İdris, es un inteligente, rudo y respetado señor a quien todos consideran como "su padre". Protector y leal con su gente e implacable con quienes la amenacen, Idris ha amasado una fortuna y es dueño del destino de todos en el Çukur, alimenta a los pobres y defiende a los débiles. Un ejército callejero de fieles matones lo respalda y protege cada vez que cualquiera de los enemigos que ha acumulado en esa larga vida criminal intenta quebrar su reinado, que se extiende a varias manzanas liberadas del incómodo control policial. Además del valor que le dan a la lealtad familiar, los habitantes/miembros del Çukur tienen también ciertos límites: no admiten el tráfico de drogas (es más, lo combaten) y defienden a las mujeres de patanes, abusivos y violadores. 

Pero la historia de Çukur gira realmente en torno a Yamaç, su cuarto y último hijo, quien pasa de rebelarse y huir de su familia mafiosa a reemplazar a su casi retirado padre en la conducción y protección del barrio y del negocio familiar. El más joven de los Koçovalı, idealista que sueña con tener una vida normal, no puede evitar su destino y es obligado a sumergirse en esa realidad oscura, donde no hay tiempo para nada que no sea arriesgar su existencia entre delincuentes. Sus tres hermanos -Cumali, Kahraman, Selim- y un cuarto, hijo no oficial de İdris, Salih- poseen, cada uno, interesantes y oscuras historias paralelas, las mismas que se entrecruzan permanentemente en cada temporada. 

Como también suele ocurrir, y como bien saben los fanáticos de las historias de antihéroes y comunidades anárquicas que se desenvuelven al margen de la ley, los personajes de Çukur son tan malos y sensibles a la vez que terminan cayéndote bien. Pero más allá de aquellas características que pueden ser comunes a otras historias de mafias y pandillas, Çukur propone un entretenimiento vertiginoso y violento pero, al mismo tiempo, sutil y considerado, quizás a causa de esa idiosincrasia conservadora que, para muchos de nosotros, mal acostumbrados a la onda permisiva y despatarrada del cine y televisión que solemos consumir -desde el brillo hollywoodense hasta las miasmas destalentadas de la televisión nacional, pasando por el cine europeo tan pródigos todos en pendejadas socialmente aceptadas- es nueva y difícil de comprender. 

El papel de la mujer, por ejemplo, es muy importante en la dinámica de la serie. Desde el aura dominante de Sultan, la esposa de İdris y venerada matriarca absoluta del Çukur, hasta las parejas de cada mafioso, los personajes femeninos de la serie exhiben permanentemente una dicotomía que puede resultar extraña y hasta afrentosa: la sumisión, por un lado, asociada a la naturaleza machista de la sociedad musulmana (recordemos que el 80% de la población en Turquía profesa el Islam); y, por el otro lado, su capacidad para defenderse y salir adelante, aún en situaciones extremas, sin recurrir al exhibicionismo o asumir, con orgullo, actitudes de "símbolos/objetos sexuales" tan comunes en producciones occidentales. En uno de los capítulos de la temporada más reciente, un grupo de jóvenes chicas muelen a palos a la pandilla de un niño rico que disfrutaba de golpear y abusar de su "novia". Todo un mensaje de reivindicación femenina. 

EL ELENCO DE ÇUKUR 

El actor que personifica a Yamaç Koçovalı es Aras Bulut İynemli, quien ha alcanzado notoriedad entre la comunidad adicta a Netflix a través de una película del 2019, Milagro en la celda 7 (7. Koğuştaki Mucize) remake de un film surcoreano. Bulut İynemli fue también uno de los protagonistas de Icerde, otra entretenida serie policial, basada en un clásico contemporáneo de Martin Scorsese, The departed (2006). 

Entre los actores que destacan junto a él en Çukur podemos mencionar a Rıza Kocaoğlu, en el papel de Aliço, un extraño personaje que padece de autismo y que, además de tener una memoria prodigiosa, es un experto francotirador, espía e informante al servicio de los Koçovalı. Su actuación le ha valido múltiples reconocimientos en su país. 

Los hermanos de Yamaç son: Cumali Koçovalı (Necip Memili), el mayor, un asesino irracional e impulsivo; Selim Koçovalı (Öner Erkan), siempre enfrentado a su padre, inconforme con su vida de pistolero y obligado a formar una familia para ocultar una homosexualidad que le genera conflictos de sensibilidad e identidad; Kahraman Koçovalı (Mustafa Üstündağy), asesinado en la primera temporada; y Vartolu Saadetin/Salih Koçovalı (Erkan Kolçak Köstendil), hijo ilegítimo de İdris que, lejos de la familia, vive como un sanguinario y cínico narcotraficante que busca venganza por haber sido abandonado para luego unirse al clan del Çukur y reconciliarse con su familia. Por su parte, el experimentado Ercan Kesal interpreta a İdris Koçovalı, fundador y centro de esta entrañable y legendaria familia de mafiosos que pone en vilo, cada lunes, al público a través del canal Show TV, y que podemos ver todos en YouTube, con subtítulos, con una semana de diferencia. 


domingo, 8 de noviembre de 2020

LA REVOLUCIÓN Y LA TIERRA: MUY RECOMENDABLE DOCUMENTAL

Pertenezco a la generación que creció escuchando la cantaleta de que Velasco había sido el peor presidente del Perú. Y el principal argumento que se esgrimía para instalar ese concepto en mi cerebro ochentero y adolescente, tanto en las sobremesas caseras lideradas por mi papá y sus hermanos como en las ocasionales columnas y reportajes que, de vez en cuando, publicaban los principales diarios de la época, que leía entre apagón y apagón, incluso desde antes de decidir que quería estudiar periodismo, era siempre el mismo: el fracaso de la Reforma Agraria.

Mi familia no era latifundista ni mucho menos. No "fuimos" -como quizás dicen, en privado, los hijos y nietos de los señorones directamente afectados por aquella medida velasquista- expropiados, no teníamos relación alguna ni con las azucareras ni con los medios de comunicación ni con las familias dueñas del Perú, grandes apellidos que tuvieron en Juan Velasco Alvarado al principal cancerbero responsable de la interrupción forzosa de su aristocrático predominio social, político y económico. 

De hecho, el fondo de la inquina que mi papá y mis tíos, zambos limeños, criollos de La Victoria sin formación académica o universitaria -su valiosa educación la obtuvieron en "la universidad de la vida", la calle, el trabajo, el barrio, con todas las ventajas y limitaciones que ello tuvo, para bien y para mal- sentían hacia "El Chino" (así le decían, también, al general) no tenía que ver con su evidente y reprobable perfil de dictador, militar que tomó el poder a la fuerza en 1968. Tenía que ver con su predilección por "los cholos".

Como sabemos, en la enfermiza escala de discriminaciones cromáticas que fue lo normal en el Perú desde su nacimiento como república -y que hoy ha reemplazado esa normalidad por la hipocresía y la pose de lo inclusivo-, el andino siempre fue el matiz más despreciado. Todos, desde el blancón hasta el negro, estaban por encima del serrano (ni hablemos del amazónico, invisible completamente hasta hace apenas 20 o 30 años). La capital, llena de mestizos, consideraba a la provincia como salvaje, indigna e inmerecedora de respeto. En ese contexto, relacionar cualquier cosa que haya intentado implementar el general Velasco con palabras como "justicia", "reivindicación", "buenas intenciones", es sencillamente imposible. Por lo menos para las grandes mayorías de clases medias y bajas alejadas de la ilustración y las ideas humanistas, que querían parecerse a las élites socioeconómicas que los oprimían desde sus roles de jefes, autoridades patriarcales llenas de privilegios. 

Obviamente, las lecturas y la ampliación de criterio que llega a través de la vida universitaria me permitieron ver cosas y entender contextos de forma más coherente, sensible e inteligente. El contacto, a nivel de conocimientos y cultura general, con la literatura, la música y la historia del Perú fueron suficientes para alejarme de la herencia discriminadora tradicional capitalina y, por ende, para mirar con desconfianza las críticas acérrimas, totalizantes e intolerantes del establishment hacia Velasco. 

Evidentemente, las cosas no funcionaron. Pero que el empresariado, la prensa y las "clases políticas" cómplices de ladrones como Alan García y Alberto Fujimori y sus miles de variantes y disfraces insista en satanizar todo lo relacionado a aquel período de la política nacional basta para no aceptar esa postura de manera radical e incuestionable. 

El documental La revolución y la tierra (Gonzalo Benavente, 2019) es, probablemente, el primer intento formal, desde la cultura audiovisual moderna socialmente aceptada, de romper con ese modelo de pensamiento único que nos ha acompañado durante los últimos 50 años y que sigue influenciando negativamente a las nuevas generaciones de jóvenes que juegan a ser neoliberales en tiempos de aldea global e internet. 

Aunque la contradicción suene absurda, es muy común ver a señoritos y señoritas de la UPC apoyando y difundiendo hashtags en defensa de casos como el de George Floyd pero en lo tocante al Perú profundo que Velasco trató de hacer visible con sus medidas agrarias y económicas, mantienen el mismo discurso pro hacendado y colonial de mis abuelos. 

La revolución y la tierra fue el documental más visto del año pasado. El dato fue replicado en los canales, diarios y webs de la cultura hegemónica local (El Comercio y su Premio Luces, Cinescape, los noticieros de Latina y América) casi con sorpresa, pero siempre de costado. Aún cuando logró su cometido de poner sobre la mesa el tema, tradicionalmente esquivado, de las potenciales bondades del Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas (1968-1975), los prejuicios y la desinformación aún dominan el imaginario colectivo nacional. Y eso a pesar de que, hoy más que nunca, varios reconocidos historiadores, sociólogos y periodistas (algunos de ellos aparecen en el documental) hablan sin ambages de la naturaleza justa y bien intencionada del dictador frente a siglos de opresión, inequidad y abuso perpretado de la ciudad hacia el campo. Que las relaciones entre provincia y capital hayan degenerado hasta llegar al desorden actual, aunque está relacionado a esa discriminación histórica es, desde luego, otro tema. 

Además del valor intrínseco que tiene el film, solo por el hecho de poner en la agenda pública juvenil el tema del indio peruano -desde la revolución de Tupac Amaru hasta la música de Los Shapis, pasando por las fotos de Chambi y la narrativa de Arguedas-, lo más notable en La revolución y la tierra es la exposición de esta problemática a través del cine, mediante el uso de valiosos fragmentos de películas de los años setenta y ochenta, olvidadas tanto por su nula difusión como por su pésima conservación, ambos aspectos que son reflejo de la intencional política oficial que decidió desaparecer la impronta de Velasco para consolidar el retorno triunfal del status quo, tras la recuperación de la democracia en 1980 y hasta hoy. 

En ese sentido, ver escenas de películas de Armando Robles Godoy, Federico García, Bernardo Batievsky, Felipe Degregori o Nora de Izcue es, en sí misma, una reivindicación de la cinematografía y la televisión en tiempos en que las masas creen que solo Asu Mare, Michelle Alexander y el Canal 6 de Movistar representan a la cultura audiovisual nacional. De hecho, producciones más contemporáneas como las de Andrea Llosa, Las malas intenciones (Rosario García, 2011) o Wiñaypacha (Oscar Catacora, 2018), estas dos últimas también mencionadas en La revolución y la tierra, siguen teniendo esa aureola de marginalidad, a pesar de haber dado el salto, en su momento, a las grandes ligas de la cultura oficial capitalina como expresiones "alternativas", casi foráneas.

En ese sentido -y en otros, por supuesto- se evidencia la vigente necesidad de una nueva revolución, en los mismos términos pero adaptada a los tiempos actuales.

miércoles, 29 de abril de 2020

RECORDANDO A MI PAPÁ (1931-2016)


"Uy... Ya me jodí..." dijo mi papá, con esa voz clara que siempre tuvo, cuando apareció una de las primeras señales de la enfermedad que finalmente lo apartó de nuestro lado, hace cuatro años ya. Había cruzado la barrera de los ochenta caminando bien, hablando fuerte, pensando y recordando con lucidez. Pero esa mañana no pudo sostener un tenedor. Estaba en su cama, en casa, después de unos malestares por los que tuvo que ingresar unos días al hospital. A nosotros no nos parecía gran cosa pero él la tuvo clara desde el principio.

Su salud venía dando algunos tumbos desde que cumplió setenta, como él mismo decía. Y no le extrañaba en absoluto. Siempre había estado consciente de que tenía ya una edad avanzada. Presión alta, arritmias, laberintitis, la cervical, cinco pastillas al despertar y cinco al acostarse. Ese año, el 2001, comenzó a ir más seguido al Seguro, para chequeos, recojo de medicamentos, análisis. Mi mamá, siempre a su lado, lo acompañaba y lo llevaba del brazo para ayudarlo con los mareos. Ella era catorce años menor que él. Era lo normal.

Sin embargo, la vida no sabe de normalidades. La muerte de mi mamá, en el 2010, fue como una enorme anomalía temporal, una incongruencia. Nadie en la casa -mis hermanos, mi esposa, yo- lo entendía en su totalidad, ni siquiera ahora que ha pasado ya tanto tiempo y que, reflexionando y escarbando detalles, queden claras algunas situaciones. La misma preocupación que sentíamos por la fragilidad de la salud de papá nos distrajo de la de mamá. Lo normal, la noción de que no era posible que ella enfermara antes que él, nos jugó en contra aquella vez.

Uno o dos años después de que mamá se fuera, le instalaron un marcapasos a mi papá para controlar la arritmia que tanto le aquejaba. Las gestiones para la importación el aparato, el turno para la operación, todo se hizo en orden y no sin demoras. Los doctores le venían recomendando eso al viejo desde hacía mucho tiempo. Pero él no quería. Le tenía miedo a las operaciones. Los años siguientes al implante cardíaco los pasó mucho más tranquilo. La pena por su nueva soledad la procesaba viendo fútbol todo el día, escuchando música, haciendo bromas. Cuando lo llamaba desde el trabajo me decía que "hablaba hasta con los muebles, carajo... "

Era muy bromista, mi papá. Criollo de la guardia vieja, tenía esa chispa de barrio, esa picardía quimbosa de zambo sacalagua que pasó su adolescencia entre las zonas más picantes del corazón de La Victoria (donde había nacido), enamorando a las pitucas de Santa Beatriz, jironeando en el Centro de Lima, bailando mambo en los carnavales de Barranco, a los que llegaba con su patota en tranvía, en los gloriosos años cuarenta y cincuenta.

Cuando yo nací, en 1974, mi papá tenía 43 años. Fui su tercer hijo, su fallido intento por conseguir "a la mujercita" tras los dos hijos seguidos que había tenido seis años antes. Y cuando salí de la Secundaria, en el '90, estaba a punto de cumplir 60. Siempre vi a mi papá como un hombre muy mayor, a diferencia de mis hermanos que lo vieron treintón y cuarentón. Mayor y experimentado, canchero y algo cínico. Orgulloso de sus orígenes humildes, de su colegio fiscal -"que los malditos apristas desalojaron para armar la Casa del Pueblo" me completaría él-, de ser victoriano y limeño. "¡Yo soy el último limeño, carajo, Lima está llena de serranos!" decía. Esas frases y muchas otras que llegaban cargadas de un racismo reprochable y socialmente incorrecto, las pronunciaba con una inflexión de voz especial, graciosa, como de chiste, cortando la última sílaba y apretando los dientes, que nos hacía reír. Y que yo mismo reproduzco en mi hablar cotidiano, como lo hacen también mis dos hermanos mayores.

Era un gran admirador de la cultura popular norteamericana -decía que era "yankinista". Los western de John Wayne (las "coboyadas", extraña castellanizacion de las películas de vaqueros o "cowboys") y el jazz de Glenn Miller o Tommy Dorsey. Las comedias afroamericanas de la televisión como los Jefferson o el show de Bill Cosby. Y, por supuesto, las divas del cine de oro como Doris Day, Yvonne de Carlo o Elizabeth Taylor. Cuba y México también tuvieron gran influencia en sus gustos. Tres Patines y Cantinflas. La Tongolele y María Antonieta Pons. Pedro Infante y Pérez Prado. 

Amaba la música mi papá. Siempre nos hablaba de su colección de vinilos en la que no podían faltar Frank Sinatra (su "role model" si de cantantes se trata), Lucho Gatica y Mario Lanza. Esa colección -que yo nunca vi- la vendió su alocado hermano Eduardo a sus espaldas. Solo Dios y el Señor de los Milagros saben en qué usó el dinero aquella vez. Todas las mañanas de los fines de semana escuchaba, en los ochenta, a Juan Ramírez Lazo presentando boleros de Los Panchos, rancheras de Javier Solís, guarachas de Rolando La Serie y La Sonora Matancera con todos sus cantantes. De adolescente lo logré convencer de que Freddie Mercury era un gran cantante y que Silvio Rodríguez era un genio. No le gustaba el rock y sabía quiénes eran los Bee Gees solo porque su pequeño tercer hijo (yo) repetía, desde la cuna, los nombres de sus tres integrantes, antes de siquiera haber aprendido a hablar correctamente. Y era fanático de Alfredo Kraus, Plácido Domingo y Lucíano Pavarotti. 

Pero si un género le gustaba a mi papá era, por supuesto, la música criolla. Destacó entre sus ocho hermanos hombres como cantante. De joven, en los almuerzos con sus amigos del Interbank (que entonces también era conocido como Banco Internacional del Perú), en donde trabajó 40 años, le pedían valses antiguos y boleros como Júrame y le pagaban las cervezas en el Ton Kin Sen, legendario chifa de Capón, en el Centro de Lima que él conoció, distinguido y jaranero, limpio y colonial. Cantaba bonito mi papá. En las jaranas familiares de la casa de la abuela, en la Av. José Gálvez, brillaba su voz de tenor, siempre con la mano derecha en alto, saludando al horizonte, como en esas clásicas fotos de Augusto Polo Campos, cantando joyas de la Guardia Vieja: Comarca, Amor iluso, Ocarinas, Ídolo, Pasión de hinojos, Anita, Guardián, y tantas otras. Nada de Mal paso, Mi propiedad privada... "¡Nada de mariconadas!", sentenciaba.

Sí pues. Mi papá era reilón, palomilla, buen cantor y chupacaña (el guitarrista era Humberto, otro de sus hermanos). Y tenía todos los defectos del limeño de su tiempo: decía que odiaba a los serranos aunque varios de sus mejores amigos eran de la sierra (su "odio" no era, después de todo, destructivo sino estructural, aprendido de sus padres y abuelos), y era bastante machista. Había nacido en el '31 pues. Le costó mucho adaptarse al mundo moderno de Internet, mujeres votantes y un país inclusivo, de todas las sangres. También tenía una ética muy particular en temas personales: todo lo resolvía con aire relajado, sin estresarse (incluso en épocas de duras estrecheces económicas, sus procesiones fueron siempre por dentro), jamás se metía en la vida y/o problemas ajenos, le encantaba el raje (a quién no, a ver confiesen...) y sentarse a resolver los problemas del país y del mundo, de la religión y la política, desde su sillón. "¡A los que sabemos no nos llaman!" En eso tiene mucha razón. Hasta ahora.

Los seis años que pasaron entre 2010 y 2016 transcurrieron para él de una forma distinta a lo que había sido su vida entera. Sin su compañera de siempre, se acostumbró a pasar más tiempo con nosotros -sus hijos y su nuera- en casa, con todos los cuidados que fuimos capaces de darle. Asistió a mi matrimonio y nos dio más de una sonrisa con sus ocurrencias, ya convertido en un adorable abuelito -sin nietos- querendón y dicharachero. Los fines de semana nos juntábamos para almorzar y escuchar canciones en el YouTube, un juego que disfrutaba mucho. Se fue en junio del 2016, dos meses después de haber cumplido 85 años. Hoy, 29 de abril del 2020, habría llegado a los 89.

Gracias a Dios ni él ni mi mamá tuvieron que ver la situación en la que estamos actualmente. Pudimos despedirnos de ambos como corresponde, en familia y sin restricciones. Su franca y pícara sonrisa viven siempre en mi recuerdo y afloran, de vez en cuando, cuando me miro al espejo.

lunes, 24 de febrero de 2020

CONGRESO ENCINAS: CUANDO LA EDUCACIÓN NO ES NOTICIA




Estuvieron todos los que tenían que estar: analistas reconocidos, funcionarios del Minedu, ex ministros y ex viceministros, maestros innovadores de Lima y provincias, integrantes del Consejo Nacional de Educación, representantes de importantes instituciones como Unesco y Fundación SM, dirigentes del Sutep, catedráticos de La Cantuta y la Facultad de Educación de la Cayetano Heredia.

Hasta el nuevo Ministro de Educación, en su primera aparición pública tras su nombramiento hace una semana, clausuró el evento, ante cientos de docentes del sector estatal. Pero nadie habló del tema en la gran prensa. Y, como bien establecieron los sabios de Egipto hace centurias, aquello que no se nombra simplemente no existe.

¿A qué se deberá tanta indiferencia? ¿Será porque este evento de tres días (del 19 al 21 de febrero), que lleva el nombre de uno de los educadores más importantes y a la vez más olvidados de nuestra historia republicana, el puneño José Antonio Encinas (1888-1958), fue organizado por la Derrama Magisterial, esa entidad previsional que para los periodistas viejos -y los jóvenes supuestamente informados- sigue siendo un rezago de la izquierda más ortodoxa, mientras que para los gacetilleros y bustos parlantes de la televisión es un permanente enigma que se conforman con asociar, de manera reduccionista, a prejuicios y desinformaciones de todo calibre?

Si Martín Benavides Abanto, ex cabeza de la Sunedu y hoy nuevo Ministro de Educación, que cubrió la hasta ahora inexplicable renuncia de Flor Pablo Medina -quien, a pesar de un inicio accidentado y errático, básicamente por el escándalo de los links sexuales en el material educativo elaborado por su cartera, había alcanzado cierta estabilidad en la gestión- hubiera debutado ante auditorios públicos y reflectores en algún evento organizado por la Cámara de Comercio de Lima, la Confiep o la UPC habría sido titular de bandera en todos los noticieros nocturnos, portada en todos los diarios "serios" y tema central de las entrevistas de los KOL de moda (para los no iniciados en las estúpidas frases en inglés de las que abusan las empresas dedicadas a la asesoría en imagen, "KOL" es el acrónimo de "Key Opinion Leaders", en lengua romance "Principales Líderes de Opinión"). Pero ahora pasó desapercibida su presencia en estas jornadas de conferencias que giraron en torno a la educación inclusiva, la diversidad territorial y la modernidad tecnológica.

Pero más allá de que tenga relación con la institución organizadora, asociada indisolublemente al Sutep, uno de los pocos sindicatos activos y fuertes que quedan en el Perú, a pesar de sus divisiones internas y limitante politización, el desprecio de la prensa concentrada hacia los temas educativos en general es muestra inequívoca de que, por más campañas y comerciales de alto presupuesto y calculadas imágenes construidas para causar identificación emotiva y sensación de que les preocupa el futuro del país, las prioridades siguen siendo otras.

El escándalo político de poca monta (el audio de un funcionario resinoso insultando a una ministra), el morbo babeante (los detalles del descuartizamiento de una joven) y el embrutecimiento de las masas (las últimas de Farfán y su ex), son temas que, al imponerse como noticias de alta relevancia, facilitan que el eterno status quo permanezca inamovible. 

El poder y el control social de unos pocos está asegurado si la educación sigue en ese estado de fracaso y abandono continuo, incapaz de ingresar al imaginario colectivo con la importancia y urgencia que debería tener, porque los medios de comunicación solo voltean a mirarla por dos motivos: a) escándalos en el sector (cambios ministeriales, crímenes y abusos, huelgas) y b) cuando alguno de sus asociados, generalmente agentes del poder hegemónico y privilegiado, requieren posicionarse como adalides de la buena educación y/o necesitan desprestigiar a los "radicales" que exigen mejoras para el magisterio o que intentan cortar el negocio de los colegios privados. 

Un tercer motivo por el cual los medios convencionales "hablan" de educación es, por supuesto, cuando llega en la forma de jugosos contratos publicitarios: Un afiche a página completa en la edición dominical, un creativo comercial de 40 segundos con un actor/actriz conocido disfrazado de escolar, un slogan para repetir por la radio a cada rato, a 50 dólares la mención. Así, política, poder y dinero hacen que la educación deje de ser percibida como un servicio para convertirse en una mercancía.

Claro, no quiero decir con esto que si el Congreso Encinas hubiese sido cubierto con la misma intensidad y cantidad de espacio que el affaire Farfán versus Klug o el escabroso asesinato de Solsiret seríamos un país mejor. 

De hecho, el Congreso Encinas adolece de los mismos males de otros cónclaves profesionales más publicitados y pomposos, de esos que tienen auspiciadores como bancos, mineras o constructoras (que, casualidades de la vida, también auspiciaron a organizaciones criminales disfrazadas de partidos políticos): discursos cargados de buenas intenciones, estadísticas, menciones a Finlandia y Corea del Sur, Howard Gardner y sus inteligencias múltiples, la importancia de la diversidad idiomática nacional, etc. pero que, al final, terminan olvidándose con la misma facilidad con la que se pronuncian.

Y es que, precisamente, el poco interés de la prensa por los conceptos y propuestas desplegadas en los eventos de esta clase -algunos pueden ser de legítima excelencia, otros estar más cerca del absurdo o la improvisación y otros simplemente son cantaletas que se repiten año tras año sin opción de implementarse- lo que hace que temas importantes se conviertan en cuestiones superficiales que no despiertan interés en los públicos consumidores de noticias. Mientras autoridades y periodistas juegan a la dinámica del analista de realidades, las masas viven de espaldas a todo ello, con su atención y sus devociones entregadas a cosas diametralmente opuestas.

¿Por qué, si no es por otra cosa, la gente en la calle sabe perfectamente cuántos minutos duró la presentación de JLo/Shakira en el Super Bowl y lo recuerda durante semanas pero no tiene idea de qué debe hacer exactamente si siente una fuga de gas en casa? ¿Por qué conocen al detalle las idas y vueltas del juicio entre Farfán y Klug pero no tiene idea de quiénes fueron/son Antonio Gramsci, Eric Hobsbawm, Patti Smith, Alan Parsons, Bobby Charlton, Leo Masliah o Los Morochucos? ¿Por qué saben las razones por las cuales Nicola Porcella estuvo en titulares la semana pasada pero no saben que los adolescentes en la selva sueñan con emigrar a Lima porque no quieren parecerse a sus padres/abuelos porque los consideran pobres e ignorantes (Martín Vegas, integrante del CNE, en el Congreso Encinas)?

La respuesta es simple. Todos los días, a todas horas, los medios de comunicación nos repiten esas babosadas que todos, incluso aquellos a quienes no nos interesa saber de ellas, hasta instalarlas en nuestros cerebros de forma indeleble, imborrable. Si así nos repitieran las recomendaciones para evitar explosiones a causa de fugas de gas, las capitales de los países de Europa Oriental o tantos otros datos e informaciones valiosas de historia, arte, páginas web de excelencia, cine, música, modernidad, tecnología, etc. nuestras juventudes estarían mejor educadas. Ni hablar de valores que nadie conoce ni respeta porque todos están pensando en hacerse millonarias y poderosos como la Klug y Daddy Yankee, ganando miles de dólares sin hacer nada de valor, para gastarlo en viajes al Caribe, lentes de sol, carros de lujo y demás.

Por eso, eventos como el Congreso Encinas pasan desapercibidos mientras que noticias sórdidas sin solución ni enseñanza social alguna brillan con detalle de antropólogo forense en las sobremesas de familias en el Perú entero.

Por eso, si alguien se atreviera a llamar las cosas por su nombre, la única conclusión sería que los máximos enemigos de la educación peruana son los medios de comunicación. Por eso la educación per se no es noticia. Por eso estamos como estamos.